Pocas maneras hay de resumir el estreno de Tosca en la noche de ayer en el Gran Teatre del Liceu. Éxito total y rotunda interpretación. El elenco encargado de inaugurar la que será la última representación operística de la temporada sorprendió con un brío escénico que fue capaz de acallar hasta las toses (convertidas ya en una constante) de todos los presentes en la velada. El relato de Tosca es una carrera de fondo acontecida en una sola jornada, en diferentes puntos emblemáticos de la ciudad de Roma y que cuenta con un reparto de personajes maravillosamente perfilados.

Escena de Tosca en el Liceu
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

La perspectiva triangular es el eje de la concepción y forma de la obra. El drama pucciniano (concebido en tres actos, para tres personajes, en tres espacios) regresa de nuevo con un montaje que evoca proporción divina a través de una propuesta escénica de lo más iconográfica. La escenificación de Paco Azorín es potente y clara, sin riesgos y con un solo designio: exaltar el discurso por encima de la forma. Para ello, la exposición de triples elementos que configuran un continuum en todo el contenido de la obra llega a su materialización a través de un enorme retablo renacentista que, dividido en tres secciones (sacristía de Sant’Andrea della Valle, despacho de Scarpia dentro del Palazzo Farnese y cubierta del Castello di Sant’Angelo), constituye el cascarón que envuelve el melodrama histórico. Consecutivos ojos beatos y Madonnas distribuidos por varios plafones serán testigos de evidenciar los actos de los personajes. La videocreación de Alessandro Arcangeli y la escena de Azorín son de lectura correcta y moderada, y aun no mostrando más de lo que se ve, logra subrayar la unidad musical gracias a la utilización de un mismo elemento estructural.

Erwin Schrott (Barón Scarpia) y Liudmyla Monastyrska (Floria Tosca)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

John Fiore firma la dirección musical y demostró su largo recorrido a cuestas en el repertorio verista italiano; ejecutó con rigor y temple el dinamismo de la partitura, con una orquesta que vibró durante todo el ejercicio y que dio los momentos más brillantes entrados ya en el segundo acto. Sobresaliente para la ejecución orquestal en el estreno, nada reacia y con agilidad en el mantenimiento del discurso. Resaltar los metales, que precedieron a los momentos más aplaudidos y los más célebres del catálogo pucciniano. Concretamente, tres arias mostraron a una Liudmyla Monastyrska, a un Jonathan Tetelman y a un Erwin Schrott de lo más entregados en intensidad vocal y eficacia escénica. El tenor norteamericano bordó el papel del pintor Mario Cavaradossi a través de una interpretación creíble, con buen ritmo en el desarrollo. Su destreza y potencia vocal la lució primeramente con "Recondita armonia" en el primer acto, pero que acabó siendo la mitad de su despliegue cuando atajó, ya en el tercer y último acto, "E lucevan le stelle", que enlazaba directamente con el anunciamiento de la tragedia de los personajes. Tono firme y desarrollo in crescendo en su papel. La devota Floria Tosca (Monastyrska) conquistó al auditorio de principio a fin, y no sin motivo. Siendo una de las grandes esperas de la temporada liceística, la fuerza que proyecta esta soprano (con una, aparente, facilidad pasmosa) es algo merecedor de ver al menos una vez en uno de sus papeles veristas. "Vissi d’arte" fue el punto álgido donde la intérprete demostró su buena forma y naturalidad en el registro, muestra de un dominio perfecto de la técnica, donde remarcó una vez más en el teatro barcelonés sus dotes expresivas y resonantes de spinto. No más atrás se queda un malo malísimo Barón Scarpia (Schrott), que fue quien de lejos se convirtió en el reclamo del público junto con la soprano ucraniana. 

Enric Martinez-Castignani (Sacristán) y Jonathan Tetelman (Mario Cavaradossi)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

El bajo-barítono manifestó con un soberbio "Tre sbirri. Una carrozza" (acompañando con referencia histórica interpretada con Te Deum por el coro) la desenvoltura en su registro grave, perfecto para oscurecer, si cabe más, el sadismo del jefe de la policía romana. Con una personalidad desafiante, el intérprete uruguayo se hizo con su personaje, combinando agilidad interpretativa con buena solvencia vocal (algo que quizás hizo achicar la presencia de su compañero Tetelman en escena). Muy aplaudido el trabajo de cohesión en interpretación de roles con la exigencia técnica que pide la partitura pucciniana; cometido de Martos de la Vega, responsable de la coordinación y coherencia del movimiento escénico entre actos. Una presencia del coro correcta y con una mención también adecuada para la iluminación (Pedro Yagüe).

Erwin Schrott en el papel del Barón Scarpia
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

Exhibición de dramatismo dentro de un contexto histórico, concentración del melodrama en unos personajes duales e intensos en cada acción que realizan. Y tal y como sucede en la contemplación de un retablo, quien lo mire encontrará una amalgama de historias, personajes individualizados, infinitos matices y todo ello dentro de una sorprendente coherencia narrativa. Recomendadísimo este retablo musical.

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