La música, a lo largo de los siglos, no se ha podido separar de las realidades que la rodean. Se trata de un vehículo muy potente para transmitir mensajes, ya que es capaz de llegar a partes del subconsciente donde las palabras no alcanzan. En un presente donde los conflictos abiertos nos recuerdan la fina línea que nos separa del desastre y la fragilidad de la vida, las obras que se eligieron para la inauguración de la nueva temporada de L’Auditori de Barcelona adquieren una resonancia especial. Desde la lucha entre la ambición y el destino, pasando por la caída y la muerte de la última reina de Egipto, reflejo del silencio impuesto a un pueblo y su desaparición, para finalizar con un grito colectivo de fraternidad y esperanza muy necesario en los tiempos que corren.

La soprano Joyce El-Khoury © May Zircus | L'Auditori
La soprano Joyce El-Khoury
© May Zircus | L'Auditori

La velada dio comienzo con dos obras de distintas épocas, pero unidas por un mismo escenario, Egipto. La primera de ellas fue la obertura de Sesostri, re d’Egitto, de Domènec Terradellas. Ludovic Morlot, al frente de la Orquestra Simfònica de Barcelona, condujo la pieza del compositor catalán a modo de introducción y este inicio pasó un tanto desapercibido, debido a la sonoridad algo plana. En La mort de Cléopâtre por el contrario, Morlot hizo una lectura con tintes solemnes y trágicos. Los juegos dinámicos permitieron explotar los colores de la orquesta, ofreciendo unos cambios bruscos en intensidad en favor del drama y del texto de Pierre Ange Veillard, así como partes más melódicas. La soprano Joyce El-Khoury brindó una actuación en la que no olvidó el aspecto teatral y expresó el viaje emocional de Cleopatra a lo largo de la obra, pasando de la furia a la resignación. La cantante se mostró cómoda en el registro medio y ejecutó unos agudos estremecedores. Sin embargo, en algunas ocasiones su voz quedó opacada tras la densidad instrumental que la acompañaba. Morlot, El Kahoury y la OBC se compenetraron de tal manera que consiguieron desarrollar un flujo dramático continuo sobrecogedor.

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El bajo-barítono Davóne Tines
© May Zircus | L'Auditori

La segunda parte empezó con un mensaje de paz proyectado por parte del equipo de l'Auditori, que solidarizó con el pueblo palestino. A este le siguió un fragmento en video del discurso que dio Pau Casals en la ONU en 1958, donde hablaba de la Novena sinfonía de Beethoven como símbolo de la paz mundial.

La obra de Beethoven cerró el encuentro. El primer movimiento, Allegro ma non tropo, comenzó con una gran intensidad dramática. La orquesta mostró la gran fuerza necesaria para interpretar esta sinfonía desde los primeros compases. Durante el Scherzo, se pudo observar un desequilibrio en partes en las que los metales le quitaron el protagonismo que deberían haber tenido las maderas. El Adagio fue uno de los momentos más emotivos, contrastando con la energía de los primeros movimientos. Los violines llevaron a cabo legato bien trazados y no hubo muchos cambios dinámicos hasta el final, donde Morlot contrastó forte y piano hasta la última cadencia. En el Finale se sumaron las voces del Orfeó Català y del cuarteto de solistas. El barítono-bajo, Davóne Tines, hizo una interpretación con una vocalización clara y una proyección correcta, aunque no siempre mantuvo un dominio pleno del sonido. De nuevo, la soprano Joyce El-Khoury desplegó sus capacidad lírica, mientras que la mezzosoprano Silvia Tro Santafé cantó con soltura. Por otra parte, la voz del tenor René Barbera quedó relegada detrás de la orquesta varias veces. En la sección coral, el Orfeó Català logró empastar bien con los solistas y la OBC. No fue una interpretación excelsa, pero sí hicieron que la “Oda a la alegría” estuviera a la altura de las circunstancias.

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Solistas (El-Khoury, Tro, Tines y Barbera) y Ludovic Morlot al frente del Orfeó Català y de la OBC
© May Zircus | L'Auditori

La velada fue un viaje de la tragedia hacia la esperanza, trazado a través de las obras de Terradellas, Berlioz y Beethoven. Más allá de algunos desequilibrios, este encuentro reafirmó la capacidad de la música para unir, conmover y resistir.

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