La recuperación de El milagro de Heliane de Erich Korngold se ha convertido en uno de los momentos más excitantes de la presente temporada de la Deutsche Oper berlinesa. Tras un largo olvido, la grabación de la ópera en el contexto de la serie Música degenerada del sello Decca, mostró al mundo, de la mano clarividente de John Mauceri, la belleza y el refinamiento de una música que merece formar parte del gran corpus operístico del siglo XX. Desde ese momento, Heliane ha ido abriéndose terreno en los principales teatros de ópera. Su premiere en la Deutsche Oper hace cinco años supuso un auténtico punto de inflexión que afortunadamente no se ha quedado ahí. Son muchas las óperas infrecuentes que, revividas en costosas producciones, tras una recepción ambivalente caen en un nuevo olvido. Este no ha sido el caso y Heliane, encarnada nuevamente por la subyugante Sara Jakubiak, ha vuelto con más fuerza si cabe, cosechando reconocimientos de crítica y de público a los cuales me sumo plenamente.
Estamos ante una obra monumental, con una vasta orquesta en el foso, un nutrido coro en el escenario, al que se suma un coro de niños fuera del mismo, y órgano –desafortunadamente, de prestaciones limitadas. Sin embargo, la producción de Christof Loy, sin ser ni mucho menos minimalista huye de cualquier grandilocuencia, reiterando acto tras acto un único escenario sobrio y elegante. Lo que importa son las personas, pero no sólo los protagonistas sino también los comprimarios (término absolutamente inadecuado aquí), y muy especialmente la trascendental voz del coro. Asimismo, Loy apuesta por lo esencial en el vestuario, optando por un concepto elegante y predominantemente en negro, salvo muy simbólicas excepciones en blanco. Y sobre él juega con una inteligente iluminación que, reflejada en los sombríos personajes, crea luces y sombras de un hermoso manierismo, como pocas veces se ve en un teatro de ópera. Qué mejor ejemplo que la primera escena del Acto III; un estático plano coral de una belleza plástica impactante, en el que nada es fruto del azar. Una labor fascinante del director de escena alemán que va más allá de lo planteado hace cinco años, registrado en DVD.
En una noche triunfal, la estrella fue Jakubiak, única cantante que repetía del anterior elenco. Una Heliane ideal por su voz, plena de carácter y personalidad en todos los registros, pero también por una presencia y un carisma que le hicieron meterse en la piel del personaje hasta el punto de que su prolongado desnudo en el acto I resultase de lo más natural, fruto de la interiorización única de una partitura rebosante de sensualidad. Sus dos pruebas de fuego en el acto II, eran esperadas con la máxima expectativa, y de ambas salió crecida y reforzada. Su "Ich ging zu ihm", fue una explosión de sensualidad y emotividad que hizo detenerse el tiempo en el teatro. Jakubiak podría haber exacerbado el erotismo del aria, pero primó el lado más inocente de Heliane. Asimismo, en un momento tan importante, hubiera deseado que se acortase la distancia entre ella y el público, ubicándose en un primer plano en el escenario. En su inconmensurable afirmación al cierre del acto, "So wahr Gott lebt", sus agudos estratoféricos y su timbre luminoso, intensificados por el embriagador technicolor orquestal de Korngold, resultaron sencillamente espectaculares.
No fue menor la implicación de las voces de Mihails Čuļpajevs y Jordan Shanahan, quienes cerraron con Jakubiak un triángulo de pasiones y emociones intenso y creíble, que hizo que el oyente hiciese suya la simbolista trama. Por si fuera poco, para dar pleno sentido a la velada, gozamos de una orquesta en estado de gracia y de una modélica dirección de Marc Albrecht, un auténtico mago en el repertorio postromántico alemán. Eché únicamente en falta en el primer acto un mejor manejo de las continuas transiciones entre el mezzoforte y el fortissimo, pero según fue avanzando la noche, el resultado fue mucho más fluido y cohesionado. Los momentos puramente orquestales fueron un auténtico deleite, muy especialmente el abrumador preludio del acto III. La mahleriana conclusión, a pesar de estar empañada por una puntual pero llamativa desconexión de los cantantes con el foso, fue recibida con diez minutos de aplausos, continuos y atronadores.