Salvo contadas excepciones, la música contemporánea continúa teniendo dificultades para instalarse en los repertorios de las salas de conciertos. Los directores y programadores realizan incesantes esfuerzos para incluirlas en sus temporadas, pero, seamos sinceros, suele resultar como una invitada forzada y para muchos, el precio que hay que pagar para poder escuchar la obra clásica que realmente les ha traído al auditorio. Una parte importante del problema radica en que, aunque sea posible trazar una línea creativa ininterrumpida, ese canon ceremonial, esos modos de tradición sinfónica que nacen al final del Romanticismo, no encajan bien con la creatividad del siglo XXI.

Loading image...
La percusionista Sabela Castro
© Festival Resis

El festival coruñés de música contemporánea RESIS cumple este año su sexta edición y ha hecho de este punto, el de atender a la importancia del contexto interpretativo, una de sus señas de identidad. Duchamp ya lo dejó claro hace más de un siglo, el carácter artístico de una obra depende de su telón de fondo y de la mirada que sobre ella arrojemos. Y es que lo extramusical, el entorno, es una parte ineludible de lo musical y conjuntamente conforman la experiencia artística. Para el concierto de inauguración y presentación del festival, se eligió un restaurante mirador dominado por las vertiginosas vistas a un mar gallego embravecido. Y sobre este potente fondo, unas obras pensadas para superar lo puramente sonoro. Tres piezas entremezcladas con el romper de las olas y ejecutadas de manera fluida, ininterrumpidas y conectadas en triálogo.

Para comenzar, la pianista Magdalena Cerezo Falces se puso a los mandos de un piano preparado profusamente con cintas de goma plástica y otros dispositivos que distorsionaron el sonido hasta el límite de lo reconocible, mientras ejecutaba una pieza percusionada y de colores sordos, en coordinación con las las órdenes ejecutivas provenientes de dos pantallas de vídeo. Sin solución de continuidad, las instrucciones creativas que Yoko Ono dejó escritas en su Pomelo hace casi sesenta años se actualizaron de la mano de tres jóvenes intérpretes. En esta Improvisation of Grapefruit Book (1964), los percusionistas Sabela Castro y Noé Rodrigo, junto a la propia Magdalena Cerezo, se fueron incorporando a la escena al ritmo pautado por las alarmas de sus teléfonos móviles. Sus intervenciones sonoras se ejecutaban mientras liberaban el piano preparado de sus objetos invasores y lo retrataban lúdicamente con selfies de Polaroid.

Loading image...
Magdalena Cerezo, Sabela Castro y Noé Rodrigo
© Festival Resis

El tono teatral se fue relajando para dar paso a una profunda sonoridad cuando los dos percusionistas empuñaron las mazas de sus dos grandes tambores. Y la obra Dust: Bass Drum (2017-2018) de Rebecca Saunders retumbó sobre el oleaje atlántico construyendo una escena de potencia sísmica con la que concluyó la actuación. Pero, además, el programa entero pudo entenderse como una sola obra estructurada a un nivel superior, en el que cada una de las piezas funcionaba como un movimiento de una única gran composición. Desde la fascinación inicial del piano que sentaba las bases de la experiencia completa, pasando por la quietud juguetona de la perfomance inspirada en los cuadernos de Yoko Ono, hasta el climático final a modo de percusión atronadora.

Y tras la actuación, alta gastronomía y conversaciones reflexivas. La experiencia artística no acaba con la última nota. El resultado de todo ello es algo bien conocido y con frecuencia ignorado: el lenguaje de los compositores contemporáneos, tantas veces expuesto a través de barreras inaccesibles, se abre al público en las condiciones adecuadas y, entonces, conecta, fascina y seduce.

****1