En cada ocasión en que un Josep Pons plenamente inmerso en el mundo operístico se acerca a las salas sinfónicas se concita la máxima atención. Partidario de programas cohesionados acudía en esta ocasión a La Coruña con un heterogéneo concierto en el que se conjuntaba la severidad alemana de Brahms, con la delicadeza francesa de Ravel y la peculiar creación actual del compositor uruguayo afincado en España, Gabriel Bussi.

La suite sinfónica de La Tribuna ha sido creada por su autor a partir de la música de su ópera, todavía inédita, del mismo título, inspirada a su vez en la novela homónima de Emilia Pardo Bazán. La suite interpretada consta de tres piezas que se corresponden a escenas claves de la ópera. Escrita para gran orquesta, contó con la máxima receptividad por parte de los músicos (compañeros desde 2002 del propio compositor, violinista en la Orquesta Sinfónica de Galicia). Se trata de una música no sólo alejada de los procedimientos contemporáneos, sino que incluso exhibe una estética descaradamente decimonónica, de difícil encaje en las programaciones habituales en las orquestas sinfónicas. Pero lo cierto es que asistimos en la actualidad a un movimiento creciente de compositores melódicos, neotonales o neorrománticos que anhelan que su música sea programada en los auditorios. Ciertamente la obra de Bussi demostró sobradamente poseer el oficio y la inspiración necesaria para justificar que sea escuchada e interpretada e incluso aplaudida calurosamente por la audiencia, como fue el caso.

Josep Pons al frente de la OSG durante un ensayo
© Orquesta Sinfónica de Galicia

El Concierto en sol de Ravel constituye una nueva mirada hacia el pasado, pero combinándola con la modernidad que más de una voz echó en falta en el estreno previo. En los movimientos extremos Pons y una orquesta en estado de gracia realzaron precisamente todo el descaro de la partitura. Resultaron claves una percusión lúcida y sin complejos, y unos metales y maderas absolutamente idiomáticos en el mundo jazzístico, tan acertadamente asimilado por Ravel. A ellos se sumó un Josep Colom perfectamente integrado en el exuberante discurso orquestal. Su dominio de las múltiples filigranas y disonancias de la partitura se combinó con una personalidad singular y carismática que conectó al máximo con la audiencia que una vez más llenaba el Palacio de la Ópera. El Adagio assai le otorgó a Colom el merecido protagonismo solista. Fue la suya una interpretación de una desnudez y belleza insuperable en la que Colom jugó con las dinámicas con una elasticidad y sutileza proverbiales. Tras el abrumador solo inicial, la entrada de las maderas de la OSG fue absolutamente sublime, mereciendo una mención individual el melancólicamente punzante solo de corno inglés de David Villa.

No es precisamente la música de Johannes Brahms el tipo de repertorio sobre el que Josep Pons ha construido su sobresaliente carrera directorial. Pero precisamente por este hecho, había la máxima expectación por experimentar la forma en que éste abordaba la culminación del ciclo sinfónico del compositor hamburgués. Es la Cuarta la mirada más directa de Brahms hacia el postromanticismo y de hecho fue la obra suya que posteriormente más influiría en el incipiente modernismo vienés liderado por Zemlinsky y Schoenberg.

Desde el arranque Allegro non troppo inicial quedó claro que la interpretación de Pons iba a evitar deliberadamente el habitual cliché severo y monolítico. Un Pons sorprendentemente expresivo desde el pódium, se marcó el firme propósito de acentuar e intensificar las emociones límbicas frente a las mucho más racionales emociones cognitivas, tan excesivamente desplegadas por el compositor hamburgués a lo largo de toda su obra.

La respuesta de la orquesta, en plena sintonía con el director se tradujo en un movimiento rebosante de matices y sutilezas expresivas que resultó revelador. El Andante moderato fue consecuente con el planteamiento previo: la poesía y la exuberancia sonora se impusieron a la solemnidad. El Allegro giocoso, uno de los pocos Scherzos sinfónicos del compositor encajó como anillo al dedo en el contexto previo. Únicamente en el Allegro energico e passionato final Pons quedó atrapado en la severidad formal de la passacaglia, reprimiendo parcialmente las comentadas emociones. No por ello dejó de enganchar a un público y unos músicos que reconocieron con entusiasmo que el actual viaje operístico del director catalán no es óbice para que su talento siga ofreciéndonos muy especiales momentos sinfónicos, tan contados como inolvidables.

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