La temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia llegó a su ecuador con una propuesta clásica en cuanto a su estructura de obertura, concierto y sinfonía, no tanto en cuanto a las obras elegidas, dispares en épocas y estilos. Como protagonistas, uno de los chelistas más interesantes de la actualidad, Nicolas Altstaedt, junto a Ludovic Morlot, actual director titular de la OBC. Altstaedt, apreciado en Galicia por sus interpretaciones del concierto de Walton con la OSG y el de Schumann con la RFG, concitó una importante asistencia de público, al estilo de los tiempos prepandemia. Esto acarreó sus inconvenientes, batiéndose a lo largo de la noche récords en cuanto a la injerencia de los móviles, los cuales se cebaron con los momentos más sutiles. Pero no hay mal que por bien no venga y ver el Palacio de la Ópera al noventa por ciento de su capacidad es el mayor de los consuelos ante semejantes faltas de respeto a público e intérpretes.

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Ludovic Morlot al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia
© Orquesta Sinfónica de Galicia

El corsario representó un breve pero aleccionador arranque. La OSG exhibió virtuosismo orquestal a raudales, muy especialmente en las cuerdas, que dirigidas con clarividencia por el francés Morlot, confirieron a la música un convincente sentido de dramatismo y tensión. Los metales, abrumadores en sonoridad y musicalidad, crearon una atmósfera épica en la conclusión de la obra. Extrañamente, el esfuerzo no fue especialmente premiado por el público que apenas aplaudió treinta segundos.

Como decíamos hace escasas semanas, la música de Dutilleux siempre ha sido habitual en los atriles de la OSG. Qué mejor prueba de ello que su emblemático concierto Tout un monde lointain que en el pasado escuchamos a cellistas como David Geringas y Julian Steckel; por tanto, obra bien conocida para los seguidores acérrimos de la orquesta. Su inmensa gama de matices y colores y su intensidad emocional encontraron en el chelista alemán un intérprete ideal. Por ello resultó doloroso ver como su soliloquio inicial fue machacado por el soniquete impertinente de un móvil cuyo amo no parecía dispuesto a desconectar. Pero es tal el impacto de este Énigme que en seguida el incidente fue olvidado. Imposible no ser arrastrados por el emotivo devenir musical, el cual, en el muy vivo adquiere un carácter hipnótico. La agilidad de Altstaedt en el prestissimo e lontanissimo final fue de absoluto vértigo. En Regard disfrutamos del inmaculado legato de Altstaedt. Por su parte, Morlot dio vida al "messiánico" clímax final del movimiento (messiánico por el influjo de Messiaen) expandiendo el tiempo con inmensa lucidez. En el breve y atormentado Houles hubo un excelente equilibrio entre solista y orquesta, la cual, por cierto, estaba dispuesta en atípica, pero acertada proximidad al director y al estrado del solista. Miroirs se abrió con la sensual intervención de marimba y arpa sobre la que la voz del solista, se elevaba rebosante de fervor y con una notable presencia, lo cual en el Palacio es todo un éxito. El onírico Hymne final fue deslumbrante en lo orquestal, exacerbando Morlot las atávicas y agresivas sonoridades orquestales, hasta el punto de que restaron protagonismo al solista, salvo en el mismísimo final en que el chelo emerge en solitario con su infinito morendo.

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Nicolas Altstaedt en el Palacio de la Ópera de La Coruña
© Orquesta Sinfónica de Galicia

El público respondió calurosamente al arte de Altstaedt, quien agradecido ofreció una profunda propina. El propio chelista explicó con humor que, en vez de caer en la típica Sarabande de Bach, continuaría con Dutilleux, en concreto, sus 3 estrofas sobre el nombre de Sacher. Un inesperado y mayúsculo colofón a una gran noche de chelo.

La segunda parte marcó el retorno al gran repertorio con la Sinfonía del nuevo mundo. Aunque es difícil sorprender en esta obra, Morlot construyó un fresco coherente y convincente. La introducción fue sugerente, con el adecuado misterio, y el Allegro molto, ágil y ameno, con un marcado contraste entre los enérgicos metales y las poéticas maderas, aunque sorprendentemente, estas se mostraron un tanto cohibidas. El Largo fue el mejor momento de la noche, con una excelente intervención del corno inglés de Carolina Rodríguez Canosa. Morlot imprimió un punzante carácter a la marcha central e introdujo a la perfección la evocación del primer movimiento. Un feroz Scherzo, en el que disfrutamos de las apocalípticas trompetas de la OSG, dio paso a un canónico final, vibrante y refulgente al máximo, en el que merecen especial mención los cuatro trompas, quienes exhibieron vigor y musicalidad al máximo.

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