La temporada lírica coruñesa, tras deleitarnos con una excelente Aida, muy especialmente en lo vocal, continuó su periplo operístico con otro título referencial, contemporáneo de la anterior, pero perteneciente al mundo diametralmente opuesto de la gran ópera francesa: Roméo et Juliette de Charles Gounod. Todo un reto logístico que requiere un amplio elenco, con el peso evidente del dúo protagonista; cinco actos, divididos en amplias escenas, coro, gran orquesta, etc. La apuesta de este año por el teatro escénico ha resultado ser una elección acertada que ha cristalizado en una convincente producción.

Daniele Piscopo merece un especial reconocimiento por su meticuloso trabajo. A pesar de las restricciones de espacio en el Teatro Colón, Piscopo logró crear un ambiente imaginativo, lleno de sutilezas y detalles que enriquecieron la experiencia. Su interpretación clásica de Romeo y Julieta, alejada de las reinterpretaciones modernas, como enfrentamientos entre mafias o ambientes simbolistas, resalta la vigencia y universalidad de esta trágica historia de amor.

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Roméo et Juliette en el Teatro Colón
© Alfonso Rego | Temporada Lírica de La Coruña

En lo vocal, la partitura es un auténtico tour de force para la pareja protagonista, en este caso abordada por el tenor coreano Mario Bahg y la soprano navarra Sofía Esparza. Ambos tenían la ventaja de actuar en un teatro de dimensiones íntimas y acompañados por una orquesta de tamaño moderado, dada la limitada amplitud del foso. Y sin embargo, a pesar de exhibir una técnica vocal impecable, no lograron transmitir ni la irracional pasión ni la ferviente energía que caracterizan a sus personajes. En momentos tan esperados como "Je veu vivre" Esparza mostró una coloratura forzada, sin flexibilidad en los tempi, y proyección discreta en los agudos. Bahg, en "Ah, je leve toi", fue incapaz de seducir con sus piannissimi, tan bien ejecutados como fríos. Su do agudo en la escena de duelo del tercer acto apenas conmocionó al teatro, y en los grandes dúos con su amada, su voz careció de fervor y proyección.

El resto del elenco, aunque con un menor peso, fue decisivo para mantener la atención del espectador. Destacó como Mercutio el barítono Borja Quiza, quien es bien conocido y mimado por el público local. Alejado en esta ocasión de los roles bufos que domina, se mostró convincente y eficiente en este registro dramático. No sólo versátil en lo vocal, sus cualidades actorales se mostraron ideales, hasta el punto que su experiencia deportiva en el mundo de la esgrima se reflejó en unos duelos del tercer acto inusualmente creíbles. Fue precisamente esta segunda escena del acto III, uno de los mejores momentos de la noche. Como el paje Stéphano, Patricia Illera estuvo especialmente acertada, con buenas agilidades y presencia escénica. Luis López como Frère Laurent, y el divertido Compte Capulet de Fernando Latorre añadieron profundidad y credibilidad a la trama.

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Escena de *Roméo et Juliette"
© Alfonso Rego | Temporada Lírica de La Coruña

La Sinfónica de Galicia fue uno de los pilares sobre los que se construyó el éxito de la noche. Estamos ante una ópera desbordante en inspiración melódica y dramática en la cual Gounod juega magistralmente con todas las posibilidades que la orquesta ofrece. Sobrecogedores corales del metal, evanescentes solos de las maderas y ensembles de los chelos de una dulzura y un carácter melódico abrumador fueron resaltados a la perfección por una Sinfónica de Galicia que abre el curso en auténtico estado de gracia. Fue una pena que tuviese que adaptarse al reducido número de efectivos que el foso permite y a la ingrata seca acústica del teatro. Esto restó brillantez a grandes momentos orquestales, como el prólogo y la conclusión de los actos tercero y cuarto.

Alain Guingal demostró mayor destreza como concertador, dejando los pasajes orquestales en un segundo plano, carentes por momentos del exuberante dramatismo que caracteriza a la ópera francesa de este período. Finalmente, el amateur Coro Gaos dio una lección de profesionalidad. Escénicamente mucho más implicado y protagonista que en otras ocasiones, no pudo evitar en lo vocal la descompensación entre unas voces femeninas que aportaron empaste y color y las voces masculinas, más limitadas en número y presencia. Momentos mágicos, como el impactante y original “Verone vit jadis deux familles” que abre la ópera supo a poco. Son pequeños reparos a una función que, sin transportarnos a otra dimensión, constituyó una experiencia operística muy notable.

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