Una de las cimas de la presente edición del Festival Internacional de Verano de El Escorial ha sido la presencia de una de las grandes damas del canto actual, la soprano Sondra Radvanovsky, voz ya legendaria por su energía vocal y por su arrolladora presencia escénica. Bajo el lema "Desde la pérdida al amor" Radvanovsky transformó su energía canora en pura delicadeza, tocando el corazón de cada oyente. Presentó un recital similar al realizado hace un año en el Carnegie Hall, acompañada por su habitual, Anthony Manoli. Una vez más, Radvanovsky rompió las barreras entre la escena y el público narrando con pasión y levedad la historia detrás de cada pieza, revelando como cada una de ellas ha tejido la trama de su vida. Fue un intenso viaje emocional en el que abordó los episodios más luctuosos de estos últimos años. Algunas de las historias que compartió, como la muerte de su madre o su ruptura sentimental, aunque ya conocidas, seguían latentes en su ser. Pero Radvanovsky también compartió chispeantes anécdotas, mención incluida para un nuevo “caballero” en su vida, añadiendo siempre un tono jovial y optimista al evento.

Aunque el Lamento de Dido de Purcell no parece la elección más obvia para abrir un recital, Radvanovsky se introdujo en su rol con una facilidad pasmosa. Su control meticuloso del legato reflejó una comprensión profunda de la línea melódica, a lo que unió unos sutilísimos cambios de registro, usando al máximo el amplio rango tímbrico de su instrumento. Hubo un vibrato excesivo, un tanto anacrónico, pero su sombra se disipó con unos sobrecogedores "Remember me…". La sección barroca se cerró con "Piangerò la sorte mia", que fue un magnífico ejemplo de su control de la respiración y de su redondo fraseo, sin embargo, las agilidades centrales resultaron algo forzadas.
La cantante justificó cómicamente la supresión de las canciones de Duparc explicando que habían dormido al público neoyorquino. Una pena aliviada con uno de los momentos excelsos de la noche: las tres populares canciones de Rachmaninov en homenaje a su padre, gran amante de las mismas, y a su profesor, el añorado Hvorostovsky. Fueron una demostración magistral de técnica y emoción, abordando las difíciles transiciones y los variados matices de cada pieza con una bendita musicalidad, que fue perfectamente apoyada por los arpegios y acordes bien articulados de Manoli al piano.
Con Strauss, atestiguamos su habilidad para adaptarse a diferentes estilos lingüísticos y musicales. Su dicción en alemán fue clara y el fraseo, particularmente en las dinámicas más suaves, mostró un control vocal impecable. De las cuatro canciones, Allerseelen fue especialmente emotiva, con un ascenso desde el pianissimo en el "Komm an mein Herz" de auténtico vértigo. El Befreit, op. 39 núm. 4 se resintió por el ya comentado vibrato. Como en buena parte de la noche, se echó en falta subtítulos que enriqueciesen la escucha. Con los Tre sonetti di Petrarca, según la propia Radvanovsky mayormente cantados por voces masculinas, alcanzamos un nuevo hito. La cantante desplegó un timbre cálido y una línea melódica continua que le aportaron sentido y sensibilidad a las obras, especialmente en los intrincados pasajes melismáticos.
Volvía el drama con el recuerdo hacia su madre y un encargo con su propio texto poético: If I had known de Jake Heggie, pieza a la que con interpretaciones como la de Radvanovsky le auguramos un gran futuro. "La mamma morta" de Andrea Chenier fue el final oficial al recital. Una de sus grandes especialidades puso al público en pie gracias al milagroso control de las dinámicas, pasando con una facilidad pasmosa de la más íntima introspección a los poderosísimos clímax, abordados con emisión potente y musical.
El recital culminó con tres propinas: "Io son l'umile" de Cilea, homenaje a Scotto, el "Pace, pace, mio Dio" de La forza y un esperanzador final con Over the Rainbow. Las tres excepcionales, merece mención especial su único Verdi de la noche, primicia de su inminente Leonora londinense. Con una técnica belcantista impecable, la soprano demostró una habilidad impresionante en el control del fiato y en la proyección vocal. Fue una velada envuelta en magia en la que Sondra Radvanovsky fusionó su monumental talento vocal con vivencias personales dando vida a interpretaciones profundidas. Una experiencia musical que perdurará mucho tiempo en la memoria.