Gustavo Dudamel es, sin duda, uno de los directores de orquesta más mediáticos y destacados del momento. En este concierto, y para concluir su participación en el 37 Festival Internacional de Música de Canarias, el maestro venezolano, al que a veces se asocia con grandes masas orquestales y corales, escogió mostrar facetas más íntimas y camerísticas. Los resultados confirman su evidente madurez y su estatus entre los grandes de la dirección orquestal. A su lado, uno de los conjuntos más prestigiosos: la Mahler Chamber Orchestra, que mostró cualidades admirables como cohesión, flexibilidad y belleza sonora; además de una clara empatía con el director.

Sección de cuerda de la Mahler Chamber Orchestra
© Festival Internacional de Canarias

El concierto comenzó con la Sinfonía núm. 4 en la mayor "Italiana", op. 90 de Felix Mendelssohn. Resultó ser una versión personal e interesantísima, en la que el maestro mostró su técnica superlativa, con gestos muy vivos y siempre controlados. Una de las facetas más destacadas fue el balance orquestal, con una presencia de los instrumentos de viento más resaltada que en otro tipo de interpretaciones, en las que se da una preeminencia casi exclusiva a las cuerdas. Ya desde el enérgico Allegro vivace inicial (en versión luminosa, contrastada y muy bien cantada) el tratamiento de los vientos fue espectacular; aunque sin perder de vista en ningún momento a la sección de cuerdas, que mostró también un nivel extraordinario, con infinidad de matices, contrastes y acentos. El segundo movimiento (Andante con moto) fue mostrado con sobriedad y exquisito trabajo de las dinámicas, especialmente en los momentos finales. Las cuerdas estuvieron sensacionales al principio del tercero (Con moto moderato); y en el trío, los vientos sonaron muy articulados y contundentes. La sinfonía terminó con gran frenesí rítmico, perfectamente controlado por Dudamel y la orquesta, que remataron una magnífica versión de esta gran obra.

Gustavo Dudamel al frente de la Mahler Chamber Orchestra
© Festival de Canarias

Pero la joya de esta velada fue una gloriosa Sinfonía núm. 6 en fa mayor "Pastoral", op. 64 de Ludwig van Beethoven, en la que, partiendo de una sonoridad bellísima, Dudamel construyó una lectura luminosa y positiva, llena de disfrute y gozo, pero mostrando también las sombras en momentos puntuales. Los tempi fueron fluidos, pero nunca agobiantes, ya que la orquesta siempre respiraba con soltura y parecía un gran grupo de música de cámara donde todos se escuchaban y colaboraban; algo que ocurrió desde el comienzo de la obra, con unas cuerdas controladas y una atmósfera idílica, mostrando posteriormente las puntuales explosiones de júbilo y realizando magistrales cambios de colores orquestales en el desarrollo. El segundo movimiento, visto por Dudamel como el centro expresivo de la sinfonía, nos llevó a una sonoridad diferente, más oscura. Fue magníficamente cantado y sentido, con extraordinarios solos de los instrumentos de viento. La danza de los campesinos comenzó muy suave, a un tempo no demasiado rápido, pero contagioso, con el contraste de la fuerza en la sección central. Asombrosa la transición a la tormenta, en la que posteriormente Dudamel reveló toda la energía del pasaje, sin jamás perder el control, para luego llevarnos (después de una transición perfectamente realizada) al canto fluido y a la multitud de detalles del final, en interpretación radiante que cerró un concierto con el que Dudamel y la orquesta finalizaban de manera brillantísima su participación en el Festival.

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