La cifra más propia del clasicismo es probablemente su atemporalidad, su capacidad de presentarse a la vez como algo lejano y alejado de la cotidiana mundanidad, y, al mismo tiempo, siempre presente porque marca un cierto canon. En tal sentido, el concierto del Liceo de Cámara con el Cuarteto Quiroga que se presentó ayer era inminentemente clásico, a pesar de presentar con una composición del año pasado. Y ello se debe obviamente al hecho de contar con composiciones de Haydn y Mozart, pero también por el peculiar estilo de Widmann con su Cuarteto para cuerda núm. 9 “Estudio sobre Beethoven IV”.
El Cuarteto en re menor op. 42 de Haydn sirvió para mostrar la excelente compenetración de la formación desde los compases iniciales: pulcritud en el ataque, fluidez entre las voces, dinámicas bien moduladas y el justo equilibrio entre el arrebato prerromántico y la elegancia clásica de aquellos años de creación del autor austriaco. Entrañablemente terso el Adagio, con mucho detalle a las progresiones armónicas y el modo de resolver las disonancias y vivaz al punto justo el Finale con unos contrastes marcados, pero sin exagerar.
En relación con la obra de Widmann, permítanme hablar más de la obra en sí que de su ejecución, siendo estreno en nuestro país. El subtítulo "Estudio sobre Beethoven" nos avisa de la intención del autor muniqués, siendo además la cuarta composición en esta dirección. Es una reescritura del Cuarteto para cuerda núm. 14, op. 131 del compositor de Bonn, aunque también encontramos motivos de otras obras. Sin duda la escritura es densa y bien trabada y demuestra una meditación profunda sobre la obra original. Por momentos sigue de cerca la escritura beethoveniana –ya extremadamente contemporánea– para luego someterla a una vuelta de tuerca, a una exploración de algo que podría haber surgido igualmente de ese texto, como si Widmann cortara los últimos lazos que Beethoven aún mantenía con la tradición. En todo caso, y esto es lo más interesante, no se trata ni de una mera variación ni de una irrupción, más efectista que otra cosa, sobre la partitura original, sino que se sonsacan las posibilidades reales para desarrollos nuevos con un lenguaje propio que pertenece tanto a Beethoven como a Widmann, en un círculo íntimo, ajeno a una fácil yuxtaposición de otros lenguajes. El Cuarteto Quiroga ejecutó la obra sin fisuras, bajo la mirada atenta del compositor, con una concentración y entendimiento sin los cuales la compleja composición no hubiera mostrado su potencial.
Tras el descanso, Widmann subía al escenario en su calidad de clarinetista para interpretar una obra emblemática del repertorio como el Quinteto para clarinete y cuerda en la mayor K581 de Mozart. Pudimos apreciar nuevamente la calidad del cuarteto, haciendo gala de su familiaridad con el repertorio clásico, si bien en la parte solista, se notó cierta aspereza en el timbre especialmente en los movimientos más rápidos, que además sonaron algo apresurados, sobre todo el primero, donde la compenetración del clarinetista con el conjunto fue algo carente. Notable sin embargo el célebre Larghetto, en el que se recreó una sonoridad nítida, con un fraseo bien extendido, expresando con intensidad cada pasaje. El Menuetto tuvo el justo carácter de danza y el movimiento final se definió por un enfoque enérgico, más orientado a una rotundidad en su conjunto que a detenerse en cada uno de los detalles.
En resumen, se trató de un tríptico de obras bien maridadas que ponían en resalte el estreno de Widmann en su conexión con la tradición clásica. Además, pudimos asistir al magnífico momento que vive el Cuarteto Quiroga, que se confirma como una de las formaciones más interesantes y con más proyección en el panorama de cámara tanto nacional como internacional.