Se ha indicado muchas veces que la música de elementos populares se beneficia de intérpretes que provienen de sus propias latitudes. Uno puede dejarse llevar por el prejuicio, y pretender que una orquesta de Luxemburgo no se las va a apañar igual de bien que una americana con los ritmos del blues y el charlestón. Bien, habría que escuchar a ambas, pero dado que solo podemos apreciar a la orquesta que hemos escuchado hemos de adelantar que el conjunto formado por la Philharmonique du Luxembourg, Gustavo Gimeno y Denis Kozhukhin, ha ofrecido una interpretación sobresaliente del insuperable Concierto en fa de Gershwin.

Naturalmente, gran parte del mérito se lo debemos al compositor por la genialidad y la originalidad de su material temático. La obra comienza con una férrea llamada del timbal; y el tema principal emitido por el piano no es sino la misma nota repetida (un simple do) excepcionalmente armonizada. También —nos lo cuentan en las notas— sabemos que Gershwin se tomó muy en serio el asunto de la forma, por lo que nos encontramos ante un concierto que goza de una estructura brillante. Y aquí es donde hemos de aplaudir a toda la formación, porque tras estas aparentes facilidades se esconde una partitura que presenta un diálogo inverosímil, unos retos rítmicos resbaladizos y una riquísima orquestación que requería, y en este caso lo tuvimos, una dirección que pudiera equilibrar timbres y dinámicas con seguridad.
Kozhukhin acometió el concierto indagando con acierto en la multiplicidad emocional que exige la partitura, desde el dramático tema principal hasta el arrebatado Rondo final, pasando por momentos de humor intenso, ingenuidad, ternura y desparpajo; y Gimeno le correspondió con su orquesta sin ahogar el diálogo con innecesarias exageraciones sonoras, más allá de las necesarias exclamaciones propias de un clímax meticulosamente situado. Se benefició la música de la elección de un tempo vivo, que, tal vez, en un pianista menos avezado, habría derivado en catástrofe, pero Kozhukhin resolvió todas las trampas con fluidez. Entre los solistas destacamos al trompeta que enunció el blues del segundo tiempo, por habernos ofrecido un sonido cálido, envolvente y melodioso. También merece la pena destacar que, para no desorientar al personal con propinas incoherentes, Kozhukhin ofreció la fantástica versión para piano solo de la canción “The Man I Love”, que Gershwin incluyó en su interesante libro de canciones.
La exultante sensación de revuelo y alegría propiciada en la primera parte encontró su contrario en la siniestra y atormentada Tercera sinfonía de Prokofiev. Poco humor encontramos en esta obra que, según nos cuentan en las notas, procede de una novela un tanto peculiar. Se trata de una especie de refrito de materiales temáticos de una ópera previa y tiene, por tanto, un cierto aire programático. Lo que no le viene nada bien a todo aquel que no conozca el programa, pues su estructura parece arbitraria y sus melodías caprichosas. Pero como la música de Prokofiev siempre es creativa y sorprendente pudimos disfrutar de sus fragmentos con toda la calidad que nos ofreció la orquesta. Porque, en efecto, la orquesta supo generar el tono oscuro, inquietante y sobrenatural que subyace en este partitura, creando un sorprendente contraste con la obra precedente.
Concluyó la orquesta proponiendo un final sombrío y poco alentador en esta insólita sinfonía y, tal vez por compensar, ofreció como propina uno de los episodios más divertidos y pegadizos del Romeo y Julieta del mismo compositor, culminando con ello un concierto desconcertante en cuanto a afectos pero sobresaliente en cuanto a resultados.