El arranque de la serie Arriaga venía de la mano nada menos que de la Royal Concertgebouw Orchestra, Daniel Harding y Leonidas Kavakos como solista. La RCO ha sido una invitada habitual en los ciclos de Ibermúsica, siendo en 2018 su última visita; también Harding ha visitado estos lares diversas veces, aunque nunca con la RCO, así como Kavakos, quien además se encuentra realizando su residencia con la OCNE esta temporada. Como se puede apreciar, la combinación prometía un desenlace feliz y cabe adelantar que así fue, regalando casi dos horas de excelente música.
El programa era de lo más canónico y apto para destacar las cualidades de la formación holandesa: el Concierto para violín, op. 77, de Brahms y la Sinfonía núm. 6, de Beethoven. Ambas obras situadas en un arco temporal relativamente cercano y que comparten una cierta entonación emocional. La primera parte con el concierto de Brahms era ideal para que junto a la RCO relucieran las virtudes de Leonidas Kavakos. Al violinista griego, a nivel técnico, no se le puede exigir más de lo que él mismo se exige: una de sus puntos fuertes es la capacidad de conjugar la rotundidad de un sonido que nunca se resiente frente a la masa orquestal con un timbre en el que se aprecia una ligereza y agilidad naturales. Por otro lado, cabe destacar la amplia visión sobre la obra, entendida en su integridad, aportando la singularidad de cada pasaje contiene. El equilibrio con la orquesta fue mérito tanto del solista como de la formación y su director, siendo Harding una batuta meticulosa y atenta a las exigencias del solista. Tras una brillante cadenza en la que los obstáculos técnicos fueron solventados con aparente facilidad y sobre todo dignificándolos de una profunda significación, tuvimos un ejemplo de esta entente: en el pasaje en pianísimo que conduce al final, el timbre cristalino de Kavakos destellaba como diamante incrustado en el metal precioso que ofrecía el soporte de los excelentes músicos.
Aunque el protagonismo de esta primera parte era para el violinista ateniense, la RCO desde el principio dejó claro su calidad, con esos pequeños detalles que hacen la diferencia cuando se acompaña a un solista, con la maestría de sus primeras partes como en el solo de oboe al comienzo del segundo movimiento, o la riqueza de la gama dinámica en el tercer movimiento, en el que Kavakos desenfundó su lado más virtuoso con notable desempeño en las dobles cuerdas, en los pasajes de agilidad extrema, cerrando el concierto de manera contundente y arrolladora. Kavakos completaba su actuación con un bis bachiano, que nos reconducía a una contemplativa serenidad, además de ofrecer otro de los registros que mejor maneja este inconmensurable violinista.
Tras el descanso, otro plato fuerte con el que disfrutar de una de las orquestas más renombradas del mundo: el empaste de la RCO tiene su centro en una cuerda muy afinada, de cariz robusto y de infinitos matices. Es un sonido que proviene de las raíces, de ese centro tan bien asentado, para abrirse progresivamente, siempre manteniendo un fraseo bien articulado sin elementos abruptos. La metáfora de las raíces es además muy apropiada para la Sexta sinfonía de Beethoven donde ese salir hacia la luz se asemeja al avance de la orquesta hasta su pleno florecer y que la RCO fue plasmando magistralmente. En cuanto a Daniel Harding, es un director que nos ha acostumbrado a tempi bastante acelerados y un quehacer eléctrico, sin embargo, en esta ocasión, con excepción de la parte conclusiva, adoptó unos tiempos más bien dilatados, casi regocijándose en la belleza que emergía de los atriles de la RCO. En cierto sentido, aunque Harding es un director de gesto atento y controlado, la orquesta parece conocerse lo suficientemente bien como para desarrollar en autonomía sus ya consabidas virtudes. En estos casos, la inteligencia de Harding se vio sobre todo en no opacar el fluir de los músicos, dando lugar a una Sinfonía equilibrada, rica de matices, con detalles de indudable destreza a lo largo de toda la obra.
Sin duda se ponían muchas expectativas en este concierto, pero quedaron satisfechas porque nunca deja de ser sorprendente el que una solidez y un conocimiento tan profundo de las obras no haga mermar en cierta frescura y espontaneidad. Esa síntesis entre ambos polos es lo que probablemente no deja de causar la impresión de plenitud frente al tan antológico programa que brindaron la RCO, Daniel Harding y Leonidas Kavakos.