Decía Debussy que cuando uno no puede permitirse viajar, debe acudir a la imaginación. Ahora que el asunto del viajar, dadas las circunstancias, acarrea serias dificultades, hemos de aplaudir el acierto del Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música al ofrecernos el viaje musical “De Viena a Praga”. Nos guía el Quinteto de Cuerda de la Filarmónica de Berlín, acompañado en esta ocasión por el clarinetista valenciano Miguel Àngel Tamarit. Le tocó a este presentar el concierto a viva voz, para sosiego de los menos hábiles en las tecnologías lectoras de códigos QR, ahora que los programas de mano se presentan en este formato digital. Aprovechó el clarinetista para disculparse por la indumentaria de los músicos, debida a los típicos problemas que se dan en los aeropuertos con las maletas. Arrancó unas risas a la asistencia y distendió el ambiente más o menos riguroso que propician las severas medidas de seguridad en el acceso y las advertencias por megafonía.

Quinteto de Cuerda de la Filarmónica de Berlín (Philharmonisches Streichquintett)
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Le vino bien lo antedicho al primer bloque, integrado por obras de Josef Lanner, a quien algunos atribuyen –junto a Johann Strauss– la creación del vals vienés, si bien la obra que abrió el concierto fue el Galop español, Op. 97 (Spanische Galoppe, Op.97). Le siguió el Vals Taglioni (Taglioni-Walzer, Op.141) y una Tarantela brillante, (Tarantel-Galoppe, Op.125) de una ejecución aparentemente difícil, pero que la formación despachó con una solvencia notoria, no exenta, eso sí, de algún pequeño desajuste. Se trató de una interpretación de una energía desbordante, con grandes intervenciones del violín principal, y de un conjunto que en general no cedió ni en la fogosidad del ritmo ni en la proyección continua hacia delante. Quepa la presentación del quinteto de Berlín para que nos familiaricemos con la música del insigne vienés que, resuelto a no abandonar su patria, no se hizo tan conocido como Strauss.

Como el concierto pertenece al Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música no nos extraña que para el Quinteto para clarinete y cuerdas en la mayor, K581 de Mozart colabore la formación con Miguel Àngel Tamarit. Con todo, la extraordinaria factura de la composición y el enfoque promovido por los berlineses, nos costó desviar la atencion del extraordinario sonido y de la impecable afinación del valenciano. Atento a la articulación, destacó asimismo por la emisión de un legato sin fisuras y por una tendencia manifiesta al diálogo musical con la formación, y ello sin destacar jerarquías, aun cuando la partitura pudiera incitar a establecerlas. No le faltó mérito al conjunto en lo que respecta a la enunciación de la forma, cuyo material temático quedó en todo momento claramente definido para el eficaz seguimiento del desarrollo musical, y cuyos tempi se ajustaron decididamente a las indicaciones establecidas en la composición.

El clarinetista Miguel Àngel Tamarit
© Leticia Reig

Para el último bloque del concierto, el viaje a Praga, recurrió el conjunto al Quinteto núm. 2, Op.77 de Dvořák, esta vez sólo para cuerdas. Echamos de menos a Tamarit, pero aquí pudimos percibir con toda la intensidad el refuerzo que la formación ha experimentado con la inclusión del contrabajista Gunars Upatnieks. El conjunto sostiene que, según sus experiencias, la inclusión del contrabajo propicia que las composiciones ganen muchísimo en amplitud de sonido, y podemos dar fe de que esto es cierto. Pero no se trata de una amplitud exagerada, sino de una magnitud sonora más envolvente y cálida que traspasa los límites de lo puramente camerístico. Un acierto, sin duda, para afrontar la extrovertida y nerviosa composición de Dvořák, que exige “con fuoco” en su primer tiempo, y que el quinteto incendió con una interpretación trepidante y enérgica que arrancó aplausos entre movimientos. También al final, a lo que los berlineses correspondieron con la inclusión fuera de programa de una brillante pieza de Strauss y con el reconocimiento del viola Wolfgang Talirz, que agradeció la posibilidad de poder encontrarse nuevamente haciendo música sobre un escenario.

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