Uno de los grandes atractivos de la ópera es la conjunción de los elementos musicales con los escenográficos, de donde es habitual que una ópera no representada no termine de satisfacer las expectativas de los oyentes. Sin embargo, no todas necesitan realmente una representación, toda vez que las hay que carecen de grandes transiciones o de interminables recitativos, y que, por el contrario, solo contienen música de la mejor calidad. No es un atrevimiento afirmar que The Fairy Queen es una de estas obras (se la denomina semiópera) que, gozando de una música magistral de principio a fin, no necesita para su ejercicio de una representación esforzada. No obstante, se nos ha ofrecido una versión semiescénica que ha sustituido el decorado por la inolvidable presencia de la Compagnie Käfig, una compañía de danza que aborda una mezcla de estilos conformada por el hip-hop y la danza urbana, con otras disciplinas como las artes marciales y el circo.

La propuesta ha gustado y sorprendido por igual, aún cuando durante el primer acto haya podido parecer un tanto caótica y abigarrada en su conjunto. De hecho, el comienzo de la obertura se percibió un tanto desordenado y, sin embargo, fue este el único momento en el que se le podría dar un pero a una ejecución musical que se mostró impecable durante toda la obra. En todo caso, hay que destacar que el primer acto tiene un carácter lúdico y exagerado, y que está fundamentalmente protagonizado por un borracho tartamudo y un grupo de hadas que se burlan de él, por lo que el caos resulta, en este caso, pertinente. Se lució y se divirtió en su personaje el barítono Hugo Herman-Wilson con su genial "Fill up the bowl".
Se sucedieron los actos, a partir de aquí, con notable dirección, de suerte que hasta el descanso pareció innecesario e inoportuno, tal fue la brillante conjunción entre una música insuperable y un conjunto instrumental comprometido como el de Les Arts Florissants. William Christie se mostró resuelto y equilibrado con una dirección perspicaz, especialmente en el ritmo, y con una atención exquisita al diálogo lineal expresado por los distintos instrumentos. Coordinación, ritmo y habilidad del sonido fueron sin duda sus grandes logros, y se comprende con facilidad por qué William Christie goza de una popularidad tan notable en nuestro país.
Naturalmente, parte del gran éxito cosechado por la propuesta que comentamos se la debemos a los magníficos solistas vocales elegidos de entre los ganadores de la undécima edición de Le Jardin des Voix (academia para jóvenes cantantes creada por Les Arts Florissants que tiene como finalidad principal formar y dar a conocer a jóvenes profesionales del repertorio barroco). Con este gran elenco de talentos jóvenes y enérgicos no nos puede sorprender el brillante resultado obtenido con esta función de The Fairy Queen. Sin menoscabo de los demás, y por citar solo el que, a juicio personal, pareció más destacable, quepa mencionar a Juliette Mey, que se mostró profundamente conmovedora en su interpretación de "O let me ever, ever weep!"