Hacía más de una década que no colaboraba Hélène Grimaud con Ibermúsica, y ya estábamos los asiduos de los conciertos deseando encontrar una oportunidad para escuchar a esta formidable pianista. Apenas quedó un hueco libre en esta cita para los asistentes de última hora, y no ha de extrañarnos nada, a juzgar por el hecho de que a la pianista la precede también su otra vertiente, por un lado, sus inquietudes como protectora de los lobos y, por otro, su talento como novelista. También es sabido que experimenta sinestesia, en su modalidad sonido-color, una condición que comparte con otros músicos como György Ligeti, Olivier Messiaen o Lady Gaga.

El programa se presentaba como un edificio bien equilibrado de obras maestras, hábilmente colocadas con un propósito expresivo: las introspectivas piezas para piano de Brahms como elementos centrales, enclaustradas entre dos extraordinarias composiciones, la Sonata núm. 30 de Beethoven y la Chacona de Bach, en arreglo de Busoni. Nos sobraron, ante la elaboración constructiva de la pianista francesa, las propinas, atormentadas, cómo no, por los habituales timbres de los teléfonos.

Hélène Grimaud © Rafa Martín | Ibermúsica
Hélène Grimaud
© Rafa Martín | Ibermúsica

Aún cuando admiramos a un Beethoven enérgico y desbordante, podemos afirmar que se percibió mayor comunión con los tres Intermezzi, op. 117 de Brahms. El primer movimiento de la Sonata sonó espontáneo y contundente, si bien demasiado brío y una gran velocidad afectó a la comprensión del fraseo del genio de Bonn, al dejar poco margen visible para interiorizar y retener el discurso, tanto en este, como en el Prestissimo. No obstante lo anterior, destacamos el tema del Andante, en un inolvidable mi mayor, como un episodio de serenidad y consuelo insuperable que muchos retendremos en la memoria como un momento particularmente especial.  

A continuación llegó el momento de los Intermezzi de Brahms, una obra que pone a prueba a cualquier pianista, con la aparente sencillez de un resultado que solo funciona bien cuando se han resuelto las genialidades rítmicas y los entresijos estructurales que hacen de esta partitura una obra maestra. Grimaud mostró, junto a la evidencia de este trabajo previo, una formidable habilidad para resaltar colores y contrapuntos, y para sobrecoger a la sala con un sonido que apenas sobrepasó la dinámica piano.

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Hélène Grimaud
© Rafa Martín | Ibermúsica

Retomamos a Brahms a la vuelta del descanso con otra inolvidable interpretación de su música, esta vez con las Fantasías, op. 116. Resolvió con soltura Hélène Grimaud uno de los mayores problemas de esta obra, el establecimiento como unidad expresiva de siete piezas que, a diferencia de las anteriores, expresan emociones contrastantes, mientras abordan, todas ellas, las mismas dificultades estructurales que siempre presentan las obras de Brahms.

Cuestión de gustos, algunos afirmarán que el mayor logro de este concierto se dio en la Chacona arreglada por Busoni. Lejos de la obviedad de tener que resolver las demandas técnicas que abundan por doquier en esta partitura, diríamos que lo más destacable resultó en percibir la obra no como un arreglo, sino como una partitura originalmente compuesta para el piano, de tal forma se unió la maestría de Busoni con la de la Grimaud. Ya había compuesto el propio Brahms un arreglo de esta obra, para la mano izquierda, pero agradecemos haber podido escuchar este desafío monumental representado por Busoni.

Le reconocemos, pues, a Hélène Grimaud el habernos compartido un programa tan intenso y audaz, así como una obra como la Chacona que, sin duda, trasciende los límites instrumentales ; y si alguien quiere experimentar lo acontecido, sépase que la pianista repetirá el recital en junio, en Milán, Bolonia y Baden-Baden. 

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