Bien indicaban las notas al programa de esta tarde que las dos obras presentadas rozaban ser inconciliables aun habitando un mismo espacio, como si se tratara de Apolo y Dionisio compartiendo el santuario de Delfos. Mendelssohn y Berlioz desarrollaron su actividad en los mismos años y llegaron a conocerse, aunque el aprecio fue solo del segundo por el primero. El gesto mesurado siempre orientado al equilibrio de Mendelssohn aparece incluso en una obra de inspiración fantasiosa y pagana como La primera noche de Walpurguis, mientras que la desmesurada sensibilidad de Berlioz se plasma en un uso audaz de la orquesta, extensión directa de la pulsión de Eros y Thanatos que atravesaba la psique del compositor.

Loading image...
Andrés Orozco-Estrada
© Jose Luis Pindado | OCNE

Para construir este templo de doble faz, la Orquesta y Coro Nacionales acogían el debut del colombiano Andrés Orozco-Estrada, quien desde los primeros momentos del concierto exhibió un gesto claro, a la vez que dinámico y atento a las inflexiones de la partitura. Orozco-Estrada buscó desde un principio la calidez de la cuerda en la obra de Mendelssohn como cimiento del material a desarrollar a la vez que el fraseo fue ajustado, bien perfilado, encadenando los pasajes con fluidez, aunque hubiera sido de agradecer un poco más de respiro en determinadas transiciones. 

La entrada del coro y de los solistas añadió grandiosidad a un empaste orquestal ya bien amalgamado y rotundo: más destacado el papel del bajo barítono Hanno Müller-Brachmann, con un desempeño notable y bien integrado, correcta la contralto Sonja Leutwyler en su intervención, mientras que algo esforzado Julian Hubbard. Pero realmente el protagonismo lo tuvo el Coro Nacional que lució brillante en todos sus momentos, desde los más concitados a los más serenos que fueron impregnados por la majestuosidad de coral luterano que Mendelssohn otorgó a la obra, como si quisiera corregir el aspecto demasiado teatral de la obra. Orozco-Estrada hizo gala siempre de mesura, sin enfatizar demasiado algunas audacias que la partitura contiene, coherentemente al espíritu del compositor hamburgués, privilegiando siempre un resultado cohesionado, sin estridencias, pero estructuralmente bien orientado hacia la tensión de los números centrales y la catarsis final, de plena elevación.

Coro Nacional de España © Jose Luis Pindado | OCNE
Coro Nacional de España
© Jose Luis Pindado | OCNE

Para la segunda parte, abandonaba Apolo el escenario para dar paso al más dionisiaco Berlioz, y con ello, director y orquesta mutaron el semblante. Además de aumentar considerablemente el orgánico, también las pautas de la conducción mutaron para la célebre Sinfonía fantástica. En el primer movimiento, Orozco-Estrada plasmó un sonido elástico y versátil: bien compacto y cálido en ciertos pasajes, pero capaz de tensionarse y estirarse para marcar los contrastes entre secciones y hacer emerger esos motivos recurrentes de la obra que se anidan como una obsesión en todo el transcurso de la misma. Así asistimos a una excelente resolución de los incisos rítmicos de la cuerda grave y del metal, así como a la amable transfiguración del leitmotiv en el segundo movimiento por parte del viento madera, brillante como es habitual en la ONE. 

Loading image...
Andrés Orozco-Estrada en su debut al frente de la Orquesta y Coro Nacionales de España
© Jose Luis Pindado | OCNE

El tercer movimiento se inauguró con la acertada idea de colocar el oboe en la galería para dialogar con el corno inglés aumentando el sentido de lejanía y expandiendo el espacio sonoro, aunque dicho movimiento se desarrolló sucesivamente de manera más bien lánguida, con menos personalidad que los demás momentos de la sinfonía. Pero seguramente el clímax llegó con los dos movimientos finales, donde Orozco-Estrada abandonó en cierta medida la contención anterior para aprovechar hasta el justo paroxismo todos los recursos de Berlioz: disonancias bien marcadas, singularidad de las sonoridades y efectos tímbricos puestos en realce y dinámicas generosas plasmaron el desenfreno sinfónico. Aun así Orozco-Estrada no se dejó arrastrar únicamente por este elemento, sino que mantuvo la justa claridad estructural para alcanzar el zenit en el momento más adecuado e infundir brillantez hasta la última nota.

****1