Un programa vivaz y lleno de color, de parajes imaginarios como los de Debussy y Ravel. y travesías reales como las de Prieto y Korngold nos daba cita con la Orquesta Nacional y su director titular David Afkham y el que será uno de los artistas invitados de la temporada, el violinista griego Leonidas Kavakos. Merece la pena destacar esta presencia recurrente a lo largo de la temporada, porque se trata de uno de los mejores solistas del panorama actual y es sin duda un lujo poder escucharle diversas veces durante este 2022-2023. 

La compositora asturiana abría la velada con su Chichén Itzá, un poema sinfónico inspirado en el homónimo lugar maya en el que se relatan escenas como el juego de la pelota, la serpiente emplumada o el sacrificio de una muchacha en un cenote. Prieto transcurrió gran parte de su vida en México y esta página demuestra su fascinación por ese legado. Fue una muy buena elección para abrir el concierto ya que desde los primeros compases se pudieron apreciar la brillantez y la riqueza orquestal que nos iban a acompañar.

David Afkham y Leonidas Kavakos © Rafa Martín | OCNE
David Afkham y Leonidas Kavakos
© Rafa Martín | OCNE

A continuación Kavakos hizo su aparición con el Concierto para violín, op. 35, de Korngold. En cierta medida, esta obra supone una especie de tercera vida del compositor austriaco, emigrado a Estados Unidos. Tras haber sido un niño prodigio y luego dedicarse a la música para Hollywood, Korngold quiso volver a la música “pura” (probablemente presionado por su padre, influyente crítico) con este concierto. La pieza, que recoge motivos y temas de algunas bandas sonoras, tuvo muy buena acogida de público aunque no de crítica. Es cierto que tal vez no llegue a ser una obra trascendental, pero es sumamente elegante y rica en recursos. En las manos de Kavakos –y muy bien sostenido por la ONE– fue una interpretación ejemplar. En primer lugar cabe destacar la calidad del sonido del violinista griego: su movimiento de arco es leve pero seguro, robusto cuando la partitura lo requiere y delicado en los pasajes más líricos. Desde el punto de vista técnico, se manejó sin problemas en los desafíos que la obra conlleva como las dobles cuerdas, los numerosos momentos en los que se requiere una digitación sumamente ágil o la constante alternancia entre arco y pizzicato. El entendimiento con la orquesta fue recíproco y el empaste tímbrico estuvo muy conseguido. Fue más que merecida la ovación que el público reservó, y a la que Kavakos respondió con un generoso bis bachiano, que anunciaba la inminente publicación de su integral de Partitas y sonatas del compositor alemán. 

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David Afkham y Leonidas Kavakos
© Rafa Martín | OCNE

Después del receso, nos esperaban el imaginario marítimo de Debussy y los añorados salones del vals vienés de Ravel. Es frecuente ver a estos compositores aunados en las programaciones y sin embargo son profundamente distintos: el de Debussy es un mundo mucho más rarefacto, frecuentemente apenas esbozado, mientras el de Ravel es un universo de luces destellantes, en un movimiento que llega a menudo al paroxismo. Esta diferencia, en realidad no la vimos tanto en la ejecución de Afkham: La mer sonó demasiado rotundo, sin dar lugar a ese halo de incertidumbre, con unas dinámicas excesivas, especialmente en los dos primeros movimientos. El tercer movimiento fue más equilibrado y se presentaron muchos más matices con una interpretación más ajustada a la atmósfera que el compositor quería recrear. Afkham privilegió el virtuosismo orquestal –sin duda notable en los componentes de la formación– aunque cayó en un cierto exceso de entusiasmo más bien ajeno al compositor francés. 

Sin embargo ese desenfreno y exuberancia contribuyeron a plasmar una excelente La Valse: bien articulada desde el punto de vista rítmico y con un pujante fraseo, la Orquesta sacó a relucir sus cartas más desenfadadas y su registro más mordaz para acercarnos en un motum perpetuum hacia el grotesco final: un trance, una torbellino, un mecanismo en el que el compas de 3/4 asume un semblante transfigurado. 

Prieto, Korngold, Debussy y Ravel fueron cuatro mundos bien conjugados y amalgamados en un concierto que demuestra una vez más el buen estado de la Orquesta Nacional y su crecimiento, renovando progresivamente el repertorio con propuestas menos frecuentes y confirmándose en los clásicos, así como trabajando con solistas de primerísima talla como fue en esta ocasión Leonidas Kavakos. 

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