Me comentaba Ermonela Jaho en una ocasión en la que tuve el privilegio de hablar con ella, que prefería sacrificar la perfección del canto para conseguir más dramatismo. Es esta su seña de identidad: una carga emocional honesta, intensa y desgarrada, que pocas artistas pueden soñar. 

Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur) © Javier del Real | Teatro Real
Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur)
© Javier del Real | Teatro Real

Afortunadamente, en esta ocasión no ha tenido que elegir. En esta Adriana Lecouvreur que marca el inicio de temporada del Teatro Real, ha podido crear una interpretación memorable, que alcanza el sobresaliente tanto en la faceta vocal como en la teatral. Es el suyo un instrumento flexible y magníficamente controlado. Domina con maestría los pianísimos y la exquisitez en los reguladores, algunos de sus crescendi y las extinciones de las notas flotantes son como dardos directos al corazón. Reserva su plena voz en el tercio alto para apenas un par de momentos cuidadosamente seleccionados en sus piezas, las más icónicas en el inicio y en el cierre. Si de lo que se trata en este papel es de encarnar a una actriz, con un arrebatador sentido dramático, ella ha demostrado ser la elección perfecta.

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Elīna Garanča (Princesa de Bouillon), Nicola Alaimo (Michonnet), Ermonela Jaho (Adriana Lecouvreur)
© Javier del Real | Teatro Real

Y enfrentada, dando la talla en el clásico duelo de soprano y mezzo, esta producción tiene la fortuna de contar con la espectacular Elīna Garanča. El caudal de su voz es aplastante y, a diferencia de su soprano rival, construye su mirada dramática más en la emisión potente que en las dinámicas, algo que puede encajar muy bien en un personaje bastante unidimensional, principalmente vertebrado por la rabia. La fuerza de su presencia escénica es incontenible. Su duelo del segundo acto es un torrente de buen canto y una fascinante lección sobre las diversas maneras de unir emisión vocal y teatralidad, ambas válidas mientras haya instrumento, técnica y raza interpretativa.

También el tenor Brian Jagde se entrega a la emisión en voz plena, pero a diferencia de la soberbia Garanča, su papel sí hubiera exigido y agradecido fraseos más matizados y dinámicas más variadas. Es en todo caso, una interpretación con momentos de calidad sobre todo en sus pasajes con las dos protagonistas, donde se crece y las complementa. Hay que destacar también la credibilidad y buena factura del Michonnet de Nicola Alaimo.

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Elīna Garanča (Princesse de Bouillon)
© Javier del Real | Teatro Real

El director de escena David McVicar huye, como es habitual, de interpretaciones arriesgadas para intentar levantar una historia con la que, vista desde hoy, es difícil conectar. Construye escenarios espectaculares e impecablemente cuidados hasta el último detalle. Pero también esta ocasión, su propuesta se reduce exactamente a eso, a un buen decorado. Uno puede asombrarse contemplando las soluciones técnicas o deleitarse con las filigranas de los figurines. Hay que aplaudir especialmente el fragmento de ballet sobre el juicio de Paris, que derrocha galantería, delicadeza y gracejo. Pero su mayor acierto consiste en recordarnos en cada uno de los actos, a través del recurso del “teatro en el teatro”, sin entrar en juicios, que aquí se muestran sencillamente valores y relatos de la dramaturgia de una época pasada.

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Escena de Adriana Lecouvreur
© Javier del Real | Teatro Real

En el foso, el maestro Luisotti hizo una lectura brillante y enfática, aunque sin demasiado nervio subyacente. Expone los motivos musicales correspondientes a cada uno de los personajes con esmero y buen fraseo, pero al llevar el acompañamiento a un segundo plano parece renunciar a una carga de tensión que hubiera complementado bien el soberbio trabajo de las dos protagonistas sobre la escena.

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