Creo que todos los que conocemos –y admiramos– la voz del tenor peruano Juan Diego Flórez nos quedamos algo sorprendidos al recibir el programa de su recital en el Teatro Real. ¿Comenzar con lied? ¿Canciones napolitanas de Tosti? Sin duda Flórez quería probarse, hacer un alarde de flexibilidad vocal y de capacidad para aportar su toque personal a cualquier género que se le presente.
Uno de los mejores, pero no el mejor. Como no podía ser de otra manera, Juan Diego Flórez destacó –¡y de qué manera!– con las dos obras que escogió de Rossini. En “Deh! Tu m’assisti amore” de la ópera Il signor Bruschino pudimos escuchar delicadísimos pianos, adornos muy bien ejecutados, especialmente en el registro agudo, y una espectacular y potente subida al agudo en el final a capella. Con “La sperenza più soave” disfrutamos aún más de unos floreos perfectamente ejecutados y que tan grácilmente se engarzan en el timbre del registro agudo de Juan Diego Flórez. Marcó muy bien los cambios de carácter de este aria, quizás exagerándolos de más, lo que, si bien le restó algo de naturalidad, nos permitió escuchar un piano extremo y una amplia paleta de matices. La parte de Rossini se completó con la Danse sibérienne, núm. 12 que interpretó a solo el pianista Vincenzo Scalera. El americano esgrimió unas melodías cristalinas y un amplio repertorio de dinámicas, cualidad que le convierte, sin duda alguna, en un gran acompañante.
Una vez terminada la parte oficial del recital en la que el tenor andino quiso hacer un alarde de su versatilidad vocal y de que nos puede hacer disfrutar con mucho más que Rossini, Flórez sorprendió al Teatro Real con nada menos que siete propinas, algunas a petición del público, como “Una furtiva lagrima” y otras preparadas a conciencia como Core n’grato, Cucurrucucú paloma y los fragmentos de canciones de Chabuca Granda que el tenor interpretó acompañándo con la guitarra. Todo un alarde de destreza que mereció la pena y logró encandilar a un público que, tras escuchar algunas de las obras más conocidas del repertorio de tenor, se puso en pie y aplaudió a rabiar a un intérprete que supo, de manera inteligentísima, demostrar en un solo recital capacidad vocal y capacidad de encandilar y conectar con el público.