Las numerosas versiones escritas que existen sobre el mito de Medea, tanto en época antigua como moderna, son el mejor indicativo de la enorme variedad de puntos de vista desde el que se puede abordar un personaje absolutamente fascinante.

La creación de Eurípides permite una lectura de la raza humana desde enfoques tan distintos como variados. Uno de ellos, es la visión de Medea como epítome del Übermensch (o Überfrau) nietzscheano: un ser que se deja llevar por sus pasiones y que, voluntariamente, acepta no poner barreras a estas aún con las fatídicas consecuencias que augura. Medea, elige el mal conscientemente y esto es imperdonable, por mucho que Matabosch nos dé en el programa de mano algunas razones para solicitar su indulto.

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Escena de Médée en el Teatro Real
© Javier del Real | Teatro Real

La producción de Paco Azorín pone los focos –una iluminación excelente de Pedro Yagüe que completa de manera impecable la escena– en los niños, los hijos de Medea. Es tal el énfasis que, antes del asesinato final, los mata otras cuatro veces: una antes de comenzar la ópera y otras tres durante la introducción al tercer acto, durante un sueño de Medea que ratifica el conocimiento de las terribles consecuencias del crimen que ésta se dispone a cometer. Los actores: Verónica Moreno, Valeria Grandio e Ismael Palacios lograron interpretar una escena tan dinámica como dramática en consonancia con la música instrumental de Cherubini.

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Jongmin Park (Creonte), Ismael Palacios y Valeria Grandio (hijos de Medea)
© Javier del Real | Teatro Real

He de admitir que reflexionar sobre la mítica Medea es, efectivamente, un juego de niños comparado con la tarea de darle voz que asumió Cherubini. Para un personaje único, el maestro crea una partitura igualmente única: un registro fuerte, de heroína, profundamente emocional y, a su vez seguro y furioso. Acompañado de una instrumentación que empuja la voz, convirtiendo a la orquesta en una materialización de las pasiones de la mujer. Todo un reto para cualquier cantante. Pero el Teatro Real ha querido ir más allá. La versión que ha estrenado Paco Azorín presenta dos novedades respecto a las más populares: el idioma, francés, retomando la versión del estreno de la ópera en el París de 1797, y los recitativos compuestos por Alan Curtis. Ambos suponen un añadido de dificultad, especialmente para el papel de la Medea que, ya de por sí exigente, se vuelve más largo y con una pronunciación más difícil, debido a que la fonética del francés no permite apoyar la voz tan cómodamente como el italiano.

Maria Agresta no decepcionó, pero tampoco causó furor. Su interpretación fue adecuada, con momentos de gran intensidad como el arranque del dueto final del primer acto (Nemici senza cor en la versión en italiano). Sin embargo, Agresta llegó algo escasa de potencia a la gran aria del tercer acto (Del fiero duol che il cor mi frange), faltó el furor que se requiere para transmitir la fiereza con la que Medea camina hacia el mal, hacia un averno al que ya le ha condenado la alegórica escenografía de Paco Azorín.

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Sara Blanch (Dircé) y el coro femenino
© Javier del Real | Teatro Real

Volviendo a la cuestión del idioma, recuperar el francés original nos ha permitido apreciar unos detalles exquisitos de la música de Cherubini que se pierden en la traducción al italiano. Por ejemplo, en el primer acto, el coro femenino articuló grácilmente un francés onomatopéyicamente musical. Tanto en sus intervenciones mixtas como por separado, los titulares del Real sonaron con fuerza y solemnidad, un estreno por todo lo alto para su nuevo director José Luis Basso. También mejora en su traducción al francés el aria de Creonte del primer acto, aunque el éxito no hubiera sido tal sin el excelente fiato y musicalidad en el fraseo del que hizo gala Jongmin Park.

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Maria Agresta (Medea) y Enea Scala (Jason)
© Javier del Real | Teatro Real

En cuanto al resto del reparto, la voz brillante y clara de Sara Blanch encarnó perfectamente al personaje de Dirce. Su aria de presentación estuvo marcada por unos cuidados matices y una gran coordinación con la orquesta y, especialmente con la flauta. Algo similar se podría decir de Nancy Fabiola Herrera. Destacó la proyección de la venezolana y el apoyo firme que le permitió un sonido homogéneo y unos fraseos claros, aunque sin alardes. Estuvo también muy compenetrada con Ivor Bolton y, en su aria del segundo acto, con el fagot. Completa el reparto Enea Scala como Jasón, personaje denostado cuanto menos y despojado de todo heroísmo, su voz sonó en consonancia con esta reinterpretación del macho clásico: tímida y pequeña. Solo hacia el final de la representación supo Scala mostrar algo del héroe mítico, líder de los argonautas, mártir de Medea.

Merece la pena, desde el interés musicológico, asistir a escuchar esta nueva versión de la Medea. El elegante francés aporta un toque fresco a una ópera muy conocida y representada. Los recitativos de Curtis son también deliciosos y encajan excelentemente con la estructura dramática de la ópera. Pero no esperen, en cuanto a la producción, una visión rompedora o, siquiera, innovadora. La sentencia a los personajes del mito de Medea sigue escrita en piedra y, como ya saben, salvo el indulto de la semidiosa y sus hijos, todos han de ser condenados al fuego del averno que domina el final de la representación.  

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