El recital en pareja que nos ha traído el Teatro Real dentro de su ciclo Voces del Real supone la oportunidad de analizar en directo a dos de las artistas más valoradas hoy en día en los teatros de ópera, pero, sobre todo, de participar de un espectáculo festivo diseñado para el disfrute en colaboración. Si tuviera que destacar tan solo una de las numerosas virtudes de esta fiesta del canto, sería precisamente esto, la complicidad de dos mujeres que comparten un magnífico rato haciendo lo que más les gusta hacer, y desprendiendo una energía positiva que se contagia irrefrenable por toda la sala.

Pretty Yende © Javier del Real | Teatro Real
Pretty Yende
© Javier del Real | Teatro Real

Pretty Yende inauguró el recital enfrentándose a una de las grandes escenas del repertorio, el final de La sonámbula. Ya en ese momento quedaron claras las virtudes y también algunas de las limitaciones en su voz. Las ligerezas y acrobacias de “Ah! Non giunge uman pensiero!” se ejecutaron con limpieza y precisión de cirujana, derrochando staccati y sobreagudos cómodos, brillantes y espléndidos. Las partes más líricas, sin embargo, se le atragantaron a la sudafricana durante el bel canto de la primera parte. Hubo algunas faltas de afinación a la baja, especialmente en el tercio central, algo que compensa inmediatamente cuando vuelve al confort de su zona aguda. Hay que destacar muy positivamente sus piezas de The Enchantress y West Side Story. Y también sonreír y agradecer el esfuerzo por teatralizar nuestra “Tarántula” de La Tempranica, una pieza que le resultó evidentemente incómoda.

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Nadine Sierra
© Javier del Real | Teatro Real

Con Nadine Sierra, llegó el canto impecable. Es la suya una voz y una técnica sencillamente espectacular: versátil, elegante y natural. Asombran esos fortes bien colocados, emitidos con un timbre bellísimo, y también un soberbio ejercicio en las dinámicas que demuestra virtuosismo musical y maestría dramática. Estamos, como ya sabíamos, ante una de las mejores cantantes de nuestro tiempo. Su Violetta fue memorable. Y la alegría de vivir de la Julieta de Gounod se manifestó a través de una emisión estremecedoramente radiante y vital.

En sus dúos, las dos cantantes demostraron entenderse perfectamente, dando una lección de sororidad, compenetración, generosidad y elegancia. De haber entendido la noche como un duelo, Sierra hubiera podido sobresalir, pero la intención de ambas fue de encuentro, de abrazo. Así sus actuaciones resultaron en un empaste tímbrico de orfebrería, y una evolución impecablemente sincronizada de las dinámicas como pocas veces se puede escuchar. Más que exhibir habilidad vocal, las cantantes se entregaron al placer de cantar en compañía.

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Pretty Yende y Nadine Sierra
© Javier del Real | Teatro Real

La orquesta, sobre el escenario, cumplió sin emocionar. Limitó su función al acompañamiento. Si bien es verdad que este debe ser su papel fundamental, su labor también debe consistir en apoyar la expresividad de las cantantes. Esto sucedió en pocas ocasiones. Como ejemplo, en el dúo de Norma se echó de menos esa música ondulante que arropa y acaricia el encuentro.

Cada incursión realizada en el territorio de la música popular (ese “Bésame mucho”) demostró una vez más que las cantantes líricas no deberían alejarse del repertorio que las identifica. La propina final fue una sucesión de grandes temas de cine musical que aportaron espíritu celebratorio con cierto aroma a Las Vegas. Aunque resultones, esos momentos son oportunidades perdidas para disfrutar de las facultades extraordinarias de dos cantantes de primer orden.

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