En el marco del homenaje a Shakespeare presente en esta temporada del Teatro Real, se ofrecía en una única representación, The Fairy Queen de Purcell, a cargo del conjunto belga Vox Luminis, en versión semiescenifica por Emilie Lauwers. La obra, catalogada como semi-ópera, es una adaptación de la célebre Un sueño de una noche de verano, a lo que la producción en esta ocasión quiso añadir algunos textos en prosa de Isaline Claesys recitados entre acto y acto por el actor Simon Robson.
El elemento escénico consistía principalmente en una dirección de actores correcta, no especialmente dinámica, para privilegiar la compacidad del sonido, y elementos de videoarte proyectados en una pantalla justo detrás de los músicos. Se trataba de animaciones que imitaban sombras chinescas con elementos bien geométricos o figurativos que podían surgir en el texto. Aunque interesante como recurso, derivó en cierto cansancio visual, dado su constante monocroma (en todo momento, un fondo beige con figuras negras) y la extensión de la obra.
Musicalmente no cabe duda de que Vox Luminis tiene un gran dominio de este repertorio (lo pudimos apreciar el año pasado con Rappresentatione di anima e corpo de Cavalieri) y sabe marcar muy bien las pautas en cuanto a sonoridad, articulación y ejecución. Especialmente en la primera parte, se percibió menor atención en relación con el equilibrio estructural, aunque el sentido global se fue vislumbrando según avanzaba la obra; en esta primera parte también se echó de menos cierta diversificación de los registros, con cierto menoscabo de la vis cómica de la obra. El sonido apareció desde el principio de exquisita afinación, máximamente pulido, redondeando las asperezas que a menudo se esconden en los instrumentos de época. Los tiempos de danza que introducen las escenas cantadas destacaron por la mesura, tanto en la elección de tempi como en los contrastes dinámicos, si bien en los actos IV y V, con unas brillantes trompetas naturales, aumentó en decibelios y arrojo.
Realmente, la parte mejor llegó con las intervenciones vocales. Todos los cantantes pertenecen a Vox Luminis y se alternaron en varios roles, cumpliendo con un notable nivel y constancia a lo largo de la obra. Sobre la base instrumental tan cuidada que se mencionaba, los cantantes aportaron un color tan exquisito como expresivo, con dicción bien articulada, y una lectura que en su conjunto privilegió el recogimiento a la teatralidad, casi como si de un oratorio alegórico se tratara. Especialmente conmovedora la parte conclusiva del segundo acto, desde "See even Night herself is here" hasta "Hush, no more, be silent all", con la presencia del coro. Con un acompañamiento de apabullante sutileza, esta secuencia se distinguió con su aspecto meditativo, onírico, concentrando algunos de los más interesantes recursos del, para la época, atrevido lenguaje cromático del compositor inglés.
La atmosfera se volvió más festiva en los dos últimos actos, aunque manteniendo gran precisión y equilibrio tímbrico y agógico. Más que en desenfado, el discurso ganó en luminosidad, en un elegante humorismo, con voces bien empastadas y conjugadas como en la secuencia final del quinto acto, desde el chispeante dúo "Turn then thine eyes" y el coro de Himeneo que conduce a la conclusión de la obra.
Cabe decir que los elementos escénicos introducidos se revelaron más bien prescindibles, justamente por un planteamiento musical más focalizado en ofrecer un discurso cristalino, pulcro, resaltando la belleza de una partitura que brilla por sí sola, que por concentrarse en el desarrollo dramático. Por ende, se trató de una versión de gran solidez musical, bajo la atenta supervisión de su director Lionel Meunier (quien participó en el coro y también desde la sección de flautas dulces) con algunos momentos particularmente excelentes, de un conjunto en el que se percibe su cohesión y afinidad y que nos deleitaron con una encantadora y encantada Reina de hadas.

