Comencemos por una afirmación inevitable: Lise Davidsen es probablemente la voz más fabulosa que ha surgido en el panorama lírico en la última década. Sus habilidades son sencillamente superlativas y, en el repertorio adecuado, disfrutarla en directo es una experiencia histórica. Sin embargo, es en este punto donde estas fabulosas voces dramáticas a veces fallan en adaptarse a las exigencias de programas ajenos a su zona de seguridad. Davidsen nos ha conmovido profundamente con Wagner, Puccini, pero también se ha mostrado inadecuada en papeles como el reciente de Mariscala en el Metropolitan de Nueva York. Mi pregunta ante su presencia en el ciclo es: ¿puede adaptarse a las sutilezas características del género? La respuesta es que pasa el examen, al menos, con notable bien alto.

Lise Davidsen en el Teatro de la Zarzuela © Rafa Martín | CNDM
Lise Davidsen en el Teatro de la Zarzuela
© Rafa Martín | CNDM

Tuvimos que esperar hasta la segunda parte del concierto para que nos sumergiera en las excelencias de su calidad vocal e interpretativa. En la parte inicial, donde reivindicó su patria a través del ciclo de Edvard Grieg Fem Digte af Otto Benzon, pudimos apreciar una interpretación coqueta que estableció solidos puentes entre el recitativo y el canto. Mostró, sobre todo, simpatía y un alto nivel de disciplina para contener la energía que asomaba brillante en las notas altas. Berg tampoco permitió que se luciera adecuadamente, continuó frenando un instrumento que no se siente cómodo combinando pasajes de pianos forzados con momentos explosivos de potencia, y activando un extraño vibrato de vocación dramática. En la segunda parte, sin embargo, llegó a la apoteosis.

El acierto de Davidsen radicó en no intentar llevar su voz al territorio del lied, sino en traer a Schubert a su zona de lucimiento, con descaro, seguridad y sin atisbos de vergüenza. Su emisión entró de lleno en el terreno lírico y se hizo fluida y estremecedora, con una potencia inaudita y un timbre emitido con naturalidad pasmosa. El repertorio, completamente familiar para la audiencia, se convirtió en una sucesión de himnos, una interpretación en estado de gloria con tintes de celebración sobrenatural. Con el "Rey de los alisos" ("Der Erlkönig") asistimos a una teatralidad moderada, más narrativa que actoral, a través de sutiles cambios de matices en el timbre y una leve caracterización en la dicción. Demostró solidez en toda la tesitura, el brillo del tercio agudo embelesa tanto como la rotundidad telúrica de la zona grave.

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James Baillieu y Lise Davidsen
© Rafa Martín | CNDM

Su interpretación final de Sibelius, desatada y con matices operísticos, hizo temblar los cimientos emocionales de la audiencia y, seguramente, también los cimientos físicos del teatro.

Fue una interpretación que ganó a medida que se alejaba de la ortodoxia del género, pero que constituyó uno de los hitos de este ciclo madrileño, tan longevo y respetado. "Vuelve pronto", fue la invitación de un espontáneo en la sala. Así será. La tendremos de nuevo en el Teatro Real en enero, con su repertorio nuclear, algo que ningún oído con una mínima sensibilidad debería perderse.

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