Mientras Madrid arde con la llegada de eso que mal llaman “el buen tiempo”, los madrileños nos refrescamos con danza. Ya es una costumbre que, por estas fechas, los escenarios de la ciudad se llenen de bailarines para hacernos olvidar las temperaturas dantescas vividas en el exterior de los teatros. Pero no son tantas las veces en que el espectáculo conjuga verbos superiores para describir la acción de la música, el baile y la coreografía.
Por estos días, la incombustible Compañía Nacional de Danza abre el telón de los Teatros del Canal para bailarnos Carmen. Una Carmen algo diferente, con otro acento y nueva música, pero en esencia una Carmen magníficamente interpretada. Ya en el 2015 se estrenó en Madrid la coreografía que hoy vemos. Johan Inger, el creador sueco, se atrevía con un mito ibérico, demasiado conocido, demasiado trillado. Y por aquel entonces, quien hoy escribe estas líneas dijo: “cuando no hay algo nuevo que decir, prefiero el silencio”. Muy cerca tenía otra coreografía genial sobre el mismo tema. Me refiero a aquella que Alberto Alonso creó para Maya Plisetskaya y luego Alicia Alonso tanta veces inmortalizó. Pero segundas partes a veces son buenas y la noche de este re-estreno me deparó gratas alegrías. Es cierto que la coreografía aún le quedan recodos por pulir, un segundo acto que se desborda en ocasiones y el carácter racial de Carmen, que no se encuadra en los movimientos angulares que Inger propone para la conocida cigarrera, por ejemplo. Sin embargo, hay algo de magia o duende en esta propuesta rompedora que ha ganado el premio Benois de la Danse. El coreógrafo cambia el punto de referencia y enfoca a la violencia con fuertes reflectores. La historia se cuenta desde los ojos de un niño que evoluciona y exige un nivel de interpretación teatral poco habitual en la danza. En esto último destaca, por encima de todo, un Don José magistral que, sobre los hombros del bailarín Daan Vervoot, nos hace sufrir su desamor con el brillo que resulta de combinar el virtuosismo de la danza con la técnica teatral. Fue extraordinario el sui géneris pas de deux segundo del primer acto, donde al lado de Vervoot tuvimos a una perfecta Kayoko Everhart dentro de la piel de Carmen. Y por demás, el cuerpo de baile hizo gala de la precisión requerida para arropar, en todo momento, a los roles protagónicos. En la noche de estreno otra sorpresa, de grato recibo, fue la presencia de la Orquesta Verum. Con su música logró crear la atmosfera de intriga que esperamos y, en un alarde de sincronismo, supo conjugarse sin evidentes rupturas con la música electrónica que incorpora esta coreografía.