La joven directora huésped española Julia Cruz dirigió la Orquesta Filarmónica de la UNAM en el estreno mundial de la obra de la compositora mexicana Georgina Derbez De la alquimia el resplandor, junto al pianista español Alberto Rosado, y la Sinfonía núm. 9 en mi menor, op. 95 de Antonín Dvořák. Derbez escribe que De la alquimia el resplandor se inspira en la serie fotográfica "Finlandia" de Gerardo Montiel Klint, y señala que el material armónico está influido por la "Marcha fúnebre de Sigfrido" de Wagner. De hecho, la obra está repleta de sonoridades graves en el piano, los metales y la percusión, con motivos recurrentes que proporcionan cierta unidad a la obra. Rosado tocó con una técnica soberbia, y Cruz equilibró la orquesta para conseguir los timbres únicos de la orquestación.

El pianista Alberto Rosado © Arturo Fuentes
El pianista Alberto Rosado
© Arturo Fuentes

La Novena sinfonía de Dvořák fue escrita en 1893 mientras Dvořák era director del Conservatorio Nacional de Música de América en Nueva York. Como tal, incorpora elementos de la música de los nativos americanos y de la música espiritual afroamericana, al tiempo que conserva la estructura formal de la sinfonía y la forma sonata. El primer movimiento se ejecutó con un gran control de la dinámica, la mezcla, la articulación, y el ritmo, y los temas contrastantes hicieron una transición eficaz entre sí. Las maderas, en particular las flautas, brillaron con una técnica magistral. La coda, en la que los metales tocan el tema principal sobre un tutti orquestal, perdió un poco de control cuando los ritmos entrelazados entre las trompetas y los trombones se desincronizaron brevemente, pero el cierre siguió siendo eficaz. El segundo movimiento comienza con una introducción de metales, clarinete y fagot, que sonó a un cierto volumen, amortiguando el efecto deseado de contraste con el atronador cierre del primer movimiento. No obstante, el solo de corno inglés fue tocado maravillosamente, así como el resto del movimiento, en particular la marcha fúnebre sobre los contrabajos en pizzicato. El Scherzo, con su característico motivo recurrente, fue interpretado de forma excelente, con los ritmos staccato puntuando la textura de forma enérgica y convincente. La masa orquestal también fue cuidadosamente gestionada, sin que ningún grupo de instrumentos sobresaliera en ningún momento. Las dinámicas también fueron adecuadamente contrastadas, en particular el pizzicato que conduce al poderoso acorde final.

El final es posiblemente el movimiento más difícil, ya que incorpora temas de los movimientos anteriores y culmina con una jubilosa fanfarria con toda la orquesta. Cruz se desenvolvió con destreza, manejando adecuadamente los contrastes de tempi, aunque a veces las dinámicas no transmitieron la emoción deseada. La peroración final, que presenta a los instrumentos agudos (cuerdas, maderas, trompas y trompetas) en un fuerte contraste rítmico con los graves (bajo, trombones, timbales y fagotes), acusó la falta de una articulación unificada que mermó el efecto de ritmos entrecruzados esperado. No obstante, fue una interpretación sólida, cuidada al detalle, y el apasionado acorde final fue recibido con una gran ovación.

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