Si hay un papel con el que sueña una soprano, ese es el de Norma. Un personaje doblemente complicado ya que requiere de cualidades vocales especiales además de una gran versatilidad en su actuación teatral. La voz de la sacerdotisa, además de requerir una amplia tesitura, debe estar compensada entre el dramatismo, expresado a través de unos graves redondos y ricos, mucha sonoridad en el registro medio y, lo que es más difícil, agilidad en los agudos para realizar complicados ornamentos en momentos de máxima expresión. Interpretado de forma sublime por Giuditta Pasta en los albores del siglo XIX –según la recepción en prensa– o por Caballé, como muchos pudimos observar durante la reproducción de la grabación del Casta diva en su homenaje el pasado diciembre en el Teatro Real, resulta ser el papel protagonista de uno de los clásicos italianos belcantísticos que más se ha representado sobre los escenarios. Esta noche venía a La Maestranza de Sevilla con una producción del Teatro Regio de Turín.
La idea escenográfica de William Orlandi fue dinámica, figurando el ambiente druida mediante el empleo de placas verticales móviles de textura rocosa que se deslizaban sobre el escenario. Entre ellos se deja ver la grandeza de una Roma imperial a través de excelsas esculturas. El contraste era evidente, una sociedad civilizada con gran déficit moral tapada por los monolitos de una cultura salvaje y, sin embargo, más honrada. No obstante, aunque el planteamiento fue original, pecó de monótono repitiendo el mismo el sistema para el segundo acto de la ópera. La puesta en escena (originalmente de Alberto Fassini y llevada por Vittorio Borrelli en esta ocasión) fue algo estática y clásica en tanto en cuanto los cantantes y el coro quedaban enfrentados al público para las escenas concertantes finales. Aun así, la actuación de los primeros, mezclada con un vestuario bastante adaptado a la época y no demasiado artificioso, dio realismo a la representación.
Pero desde luego el punto fuerte de la noche lo tuvo la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que, para sorpresa de una servidora que nada había escuchado de esta agrupación, sonó maravillosamente bien. Mauricio Benini, siendo un consagrado director en repertorio italiano que ha pasado por todos los teatros internacionales, indicaba de forma precisa y aportaba toda la expresividad y fraseo característicos de esta música a los componentes de la orquesta. El motor rítmico aquí lo llevaba la cuerda mientras el viento madera parafraseaba las líneas melódicas principales de los cantantes. Las trompas lucieron potencia canora en los números finales, no resultando tan brillantes el resto de los metales. Poco lustrosa fue también la banda interna interpretada por la Orquesta Joven de Andalucía.
A pesar de que la experiencia del director musical hizo lo posible para no tapar la débil voz en el registro grave de Sonia Ganassi como Adalgisa, fue un intento vano en varios números a solo o a dúo de la mezzo. En el dúo con Norma, Oh rimembranza!, durante un pasaje por terceras lleno de florituras, estuvo fuera de tono. La soprano Daniela Schillaci asumió el carácter de la protagonista con destreza y con una expresividad sublimes, sobre todo en el dúo con Pollione del cuadro tercero del segundo acto, In mia man al fin... Preghi alfine? No siendo una voz con suficiente cuerpo dramático ni tan buen fiato como las arriba mencionadas, defendió correctamente la cavatina Casta diva en sustitución a la que originalmente iba a interpretar este personaje en la producción, Ángela Meade. Sergio Escobar gozó de las características acústicas del teatro para impostar su potente voz que, si bien posee mucho volumen para el repertorio lírico, no adquiere suficiente agilidad y ligereza en algunos fragmentos ornamentales. El coro desarrolló un importante papel de pueblo druida más poderoso y redondo en ellas que en ellos.
La música de Bellini acompaña en la expresión de los sentimientos transparentes que reflejan unos personajes lejanos a nuestras vidas, pero humanos. Desde el minimalismo armónico plasmado en la orquesta y la vocalidad conocedora de uno de los representantes del bel canto, es capaz de trasladar al espectador desde el más profundo odio hasta la más piadosa compasión. Si sumamos a esto el hecho de que es una producción italiana, el resultado acaba siendo un espectáculo recomendable dentro de la temporada sevillana.