A Pablo Ferrández no le gustaba, de estudiante, el concierto que interpretó junto a la OSPA en el Auditorio Príncipe Felipe este viernes. Menos mal… porque dejó al público en pie y con ganas de más. Las casi diez veces que tuvo que volver a salir y dos propinas consiguieron liberarlo de estos agradables lazos que lo unían con los aplausos y los “bravo” que surgían de las butacas.

Pero vayamos por partes. El concierto es el primero de dos eventos que se sitúan en el ciclo “Espiritualidad”, título muy acertado y sugerente como veremos. La primera obra que interpretaron los profesores de la OSPA, dirigidos por la correcta batuta de Rossen Milanov, fue el estreno de Florilegio del alba, del asturiano Luis Vázquez del Fresno, inaugurando lo que parece será, parafraseando a Bogart, el comienzo de una gran amistad entre el compositor y la orquesta. La obra, adaptación de la ópera La dama del alba, nos sumergió en un mar debussyano. El compositor juega con nosotros, nos pone trampas en medio de la partitura, casi no distinguimos cuando entra una madera, un metal, el arpa o el piano preparado con unas pelotas de pimpón. Toda la orquesta es un único instrumento en una única “melodía de timbres” como diría Arnold Schönberg. La atmósfera es serena y romántica, interrumpida aquí y allá por algún ritmo brusco a la manera de Stravinsky o por llamadas de atención que rememoran lo español con la pandereta de fondo. Incluso podría ser la banda sonora de un thriller psicológico. Desde el mar, como aquella catedral sumergida, la música nos eleva, nos acompañan los sutiles matices bien interpretados por la orquesta hacia el cielo, pero, a diferencia del edificio sagrado, no volvemos a caer, sino que ascendemos cada vez más hasta llegar a las nubes. Allí nos dejó la última nota del maestro Vázquez del Fresno.

Elgar llegó de las manos de Pablo Ferrández, y el joven violonchelista nos demostró el porqué de la fama de este concierto. Si hay algo que caracteriza a este intérprete es su estilo original. Sus fraseos son personales y coherentes, dotando de nueva vida a la obra. En el primer movimiento, Adagio-Moderato, aparece el tema que será la columna vertebral del concierto, una frase que Ferrández carga de energía, de profunda intensidad y de espiritualidad. También muestra la capacidad del compositor a la hora de trabajar con esta melodía asignándola unas veces al chelo, otras a la orquesta con sus múltiples timbres, o a los dos. Ambos estuvieron atentos a las necesidades de cada uno, aunque hubo momentos en los que las propuestas del solista parecían no quedar satisfechas, creando una cierta distancia entre chelo y orquesta. El segundo movimiento, Lento-Allegro molto, nos justificó por qué Pablo es considerado poseedor de una técnica abrumadora al resolver todas las complejidades técnicas que esta parte presenta. El alejamiento entre protagonistas desapareció en el tercer movimiento, un Adagio que nos transporta al romanticismo schumaniano y a sus delicadas melodías (el tema principal de este movimiento recuerda a la pieza primera de Escenas de niños) marcando un momento mágico en el que el tiempo se detuvo unos segundos en esas notas en pianissimo y gracias a las cuales volvimos a experimentar un momento de espiritualidad. El cuarto y último movimiento nos devuelve a esa lucha romántica y agitada, ese topos ya caduco en la época de Elgar, que nos baja de la nube divina para devolvernos a nuestros asientos.

La ovación al solista lo obligó amablemente a salir casi una decena de veces, circunstancia que aprovechó para invocar a la Espiritualidad misma a través de la Sarabanda de la Suite núm. 3 de Bach y a su hermana la Paz, con El cant dels ocells.

La última obra que nos ofrecieron los profesores de la OSPA fue la quinta sinfonía de Mendelssohn “La Reforma”. Romanticismo alemán en estado puro. El Andante inicial actúa como una suerte de llamada de atención moral, en tono barroco o bachiano. Si los metales tuvieron poco protagonismo en las obras anteriores, ahora se muestran con todo su poder y con un carácter inquisidor. El Allegro siguiente es una promesa de perdón. Una benevolencia pastoril, muy semejante a la sexta de Beethoven, que nos reconcilia con el movimiento anterior pero que introduce el Andante serio que desemboca en el Coral final, claro homenaje a Bach, con la única diferencia que ahora son los timbres de los instrumentos los que se reparten las voces. Al finalizar el concierto, entonces, podemos afirmar que hemos sido “reformados”.

***11