En De Scheherezade el universo es femenino, es luna y útero, es amor, fortaleza y dolor, miedo, paz y violencia, pero sobre todo es palabra hecha carne y pensada a través del flamenco. María Pagés, galardonada con el premio “Princesa de Asturias” de las Artes, inauguró el Festival de Danza de Oviedo con un espectáculo redondo, en el que las voces de las mujeres se alzaron como la gran esperanza de redención para una humanidad que se está matando a sí misma. 

Escena de De Scheherezade en el Teatro Campoamor
© Iván Martínez

La dramaturgia de Arbi El Harti, autor de los textos recitados y de las letras adaptadas a los palos flamencos, nos guía en este viaje nocturno iluminado con elegante lirismo por Olga García en 180 efectos lumínicos. El ciclo de once lunas, una por cada escena, fue hilando una red emocional catártica por la que se rinde culto a la diversidad de las mujeres, con pureza y sin adornos que la edulcoren. El simbolismo de la narradora de Las mil y unas noches se recupera para reivindicar la libertad que el saber, en forma de danza, poesía y cante, aporta a la sociedad. El personaje de Scheherezade sincretiza a esas otras mujeres, paradigmas de la feminidad, que han sido contadas desde la mirada de los hombres en la tradición mítica y literaria: la mujer rebelde, matriarca e inquisidora, la madre asesina, amante, musa e hija. Todas en una despiertan en la obra sin estereotipos.

María Pagés rodeada de bailarinas en un momento de De Scheherezade
© Iván Martínez
 

La cultura ancestral flamenca se vuelve contemporánea en un lenguaje estilístico que es ya huella de la coreógrafa. Forma y fondo, carácter expresivo y técnica configuran una danza en la que contrasta lo introspectivo con la belleza de la garra. Quien conoce su baile sabe del hipnotismo de su braceo en esas líneas que se prolongan más allá de sus dedos, de los quiebros articulares que se ondulan sobre las telas, de esa respiración suspendida en un contínuum solo paralizado por la hendidura del ataque y de ese hacerse alas, tierra, agua y viento. Un solo ser. Un cuerpo, el de ella, diversificado en la colectividad del resto de bailaoras, también mujeres capaces de mostrar con eficacia la faceta poliédrica de su naturaleza humana. 

Escena con libros, utilizados como símbolos en la coreografía de María Pagés
© Iván Martínez

Las imágenes trazadas por los movimientos parecieran pintar la escena de múltiples tonalidades, a pesar de que el vestuario guarda equilibrio en la paleta utilizada y no hay estridencias coloristas en ellos. El cuadro se vuelve escultura en la unión híbrida de los cuerpos, y de pronto, no son nueve sino uno solo, con extremidades que se alargan y se multiplican más allá de la anatomía humana. Es el gran abrazo de la mujer, todas son Scheherezade, con sus contradicciones y sus subjetividades atesoradas. 

Lo danzado perdería fuerza si la música no estuviera en perfecta conjunción con las necesidades coreográficas. De hecho, las composiciones son originales, a cargo de Rubén Levaniegos, Sergio Menem, David Moñiz y la propia María Pagés. Los elementos rítmicos preservan compases y giros flamencos: soleá, bulería, jaleos, zambra, seguiriya, toná, alboreá y taranto, propios del repertorio popular e incorporan otras influencias árabes y clásicas de Rimski-Kórsakov. Hay que destacar la intervención de las cantaoras Ana Ramón Muñoz y Cristina Pedrosa, así como del resto de la agrupación formada por guitarras, violín, chelo y percusión. 

María Pagés en el centro rodeada de bailarinas y músicos
© Iván Martínez

A este paisaje melódico se suma otro rítmico procedente del zapateado o de la percusión corporal. Las bailaoras aportan además otras sonoridades en la manipulación de los objetos incorporados a la dramaturgia. Los libros iluminan con su sabiduría los rostros de las intérpretes porque en ellos se encuentra la libertad, el bastón dirige con autoridad a las que son fruto de su descendencia, las cuerdas ahogan el cuerpo hasta sacrificarlo y los abanicos, que percuten en su repliegue y apertura dando ritmo, son todos símbolos presentes en la iconografía de la artista.

La interpretación se apodera de la técnica y es ejecutada con gran maestría por músicos y bailaoras, llevando la sensibilidad del espectador a un estado de paroxismo en el que todavía hay cabida para la reflexión. María Pagés habla desde la verdad, más allá de las diferencias culturales, porque lo esencial es universal. Revivifica a grandes deidades como Atenea, Venus o Hathor, despierta los demonios interiores a través de Medea, recurre a Blimunda, protagonista de la novela de Saramago, para mirar más allá de la apariencia y volver los ojos hacia dentro de una misma y hacia las otras. Las puertas y ventanas de la casa de Bernarda vuelven a abrirse para volver a otro encierro, esta vez en forma de tablero de ajedrez y la libertad llega a través de los libros guardados en la biblioteca de Safo. En todas está Eva, Lilith o Carmen, las femmes fatal por excelencia y todas ellas se hermanan en una, porque su palabra habla de unión.

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