El Palacio de Congresos de Plasencia fue partícipe de un bullicioso, contenido y variado programa en el que fue imposible no zambullirse. El buey sobre el tejado de Milhaud fue el primer ejemplo de la directora italo-turca Nil Venditti, y con el que atestiguamos el magnetismo entre público y orquesta. El rondó característico fue alternado con un pulso irresistiblemente bailable a través de cada vuelta impulsiva al tema principal. El aire de las danzas populares, se manifestó muy contrastante y efectivo, ya que proyectaba un magnífico espacio entre secciones tímbricas y unas limpias dinámicas. Se remató con mesura desde las oposiciones politonales entre los vientos y cuerdas, junto con los silencios cómplices hacia el público.
El entendimiento entre solista y conjunto en el Concierto para arpa y orquesta, op. 25, de Ginastera fue uno de los puntos álgidos. El control de todos los recovecos orquestales por parte de Venditti en el Allegro giusto y un tempo y dinámicas muy vivas, pero dominadas a la perfección, proyectaban el taconeo rítmico del malambo argentino. La elegante flexibilidad del arpa de Cristina Montes en el segundo movimiento fue un ejercicio de comunión con la orquesta. Mientras, el apoyo de la orquesta se mantuvo expectante y brioso en las secciones puente para completar el diálogo musical. La arpista sevillana mostró en la cadenza un alarde de control técnico para producir múltiples sonoridades, junto con el magistral uso de los pedales. Los glissandi, el sonido metálico en las últimas cuerdas, así como los exquisitos ataques dinámicos hacían emerger emociones viscerales. Esta excelente entrada abre un movimiento final vertiginoso. La naturalidad y desenfreno palpitaba en los cambios de compás continuos en la batuta de Venditti. Esta construyó una dirección de matices muy copiosos, desde los delicados golpes de los arcos en las cuerdas, las espléndidas entradas de los vientos a los recursos tímbricos precisos de Montes. La conjunción final, tan excitante, quedó reflejada con varios bises.

En la segunda parte pasamos a Turquía, un terreno familiar para Venditti, para escuchar nuevas sorpresas escondidas en la dirección. Pero antes, se dirigió carismáticamente al público para explicar los elementos musicales característicos de las siguientes obras, los cuales, resaltó exponencialmente. Söyleşi (La conversación) de Tüzün fue un misterio mantenido desde los primeros compases. Con el tempo algo acelerado, la acentuación de las cuerdas y unos magníficos vientos metales transmitieron ese diálogo (en ciertos momentos algo dilatado). La dinámica dirección continuó con giros vigorosos e imprevistos hasta finalizar. Sin embargo, los ritmos turcos fueron desenfundados con profundidad en el segundo clímax de la noche.
Escuchar las Danzas sinfónicas, op. 64 de Fazil Say, como describió la directora, es asomarse a la riqueza de los condimentos turcos. Los dos primeros movimientos se tornaron en equilibrio perfecto ante las uniones de frases tímbricas. El Lento fue presentado aterciopeladamente con el balanceo profundo de los contrabajos y un tempo muy contenido, resultando el movimiento más brillante. La elección fue magistral en el último movimiento por proyectar cohesiones entre fragmentos con atisbos de suspensión, por un grandioso manejo de los glissandi en el tutti y por unos vientos algo silenciados, por ciertas descompensadas dinámicas en las cuerdas. Por ende, el resultado fue una batalla final con ritmos subrayados muy tensos, pero volviendo a una calma final inesperada.
El balance de la velada fue un espléndida conexión interpretativa entre la Orquesta de Extremadura y Montes. Aunque lo más subrayable fue la proximidad de la batuta de Venditti, quien nutrió todas las aristas de la orquesta con dinamismo, calando tan a fondo que se podía visitar cada sonoridad popular.