La Obertura de la ópera Una cosa rara de Martín y Soler fue un clarividente entrante para un programa que reunía obras que, en cierta medida, representaban homenajes a otros autores. Un brioso Andrés Salado transmitió a la Orquesta de Extremadura una grata energía que se exploraría en profundidad en lo que restaba de velada. Se discurrió fácilmente con una muy buena definición entre las zonas tímbricas orquestales mientras se unían con delicadeza los pequeños fragmentos devolvían al ritornello.
Con suma fuerza y elegancia fue trazada la rica Fantasía para un gentilhombre de Rodrigo. Villano y Ricercare (Adagietto) fue un inicio algo acelerado que no dejó apreciar del todo la textura fugada, y en el que se ahogaron algunas frases solistas de la guitarra. El segundo movimiento fue uno de los puntos culminantes. Se arraigó un equilibrio primoroso entre dirección y solista, conseguido con un entendimiento insuperable en los glisandos entre ambas partes. Cabe resaltar en este mismo movimiento la distinguida lección del fraseo y trémolos, como el uso de los silencios tras cada vibrato por parte del guitarrista riojano, convirtiéndose en un deleite. En Danza de las hachas (Allegro con brio) se vislumbró un buen diálogo entre orquesta y guitarrista, una gustosa sintonía entre unos geniales vientos y solista y el fino resalte de las melodías secundarias de los violines tras el impecable fraseo de la guitarra. Así, se manifestó un balanceo continuo, que junto al carisma de Sainz-Villegas, llevaban a que se contagiara el público con un movimiento impulsivo. Aunque en ciertos momentos, la algo desmedida masa orquestal en dinámicas empañó el sonido de la guitarra. El ímpetu sucumbido en reiterados aplausos llevó a que Sainz-Villegas nos deleitara con Recuerdos de la Alhambra de Tárrega.
La sensibilidad en cada dinámica o el crecimiento impecable del desglose de acordes recorriendo cada rincón sonoro de la guitarra permitían vislumbrar los espacios de la Alhambra. Esto sumado a la grandiosa habilidad en el fraseo, junto con los astutos silencios y rubatos, trazaban una profundidad inquebrantable. Este versátil lucimiento permitió una sonoridad abierta que imbuyó al Palacio de Congresos de Plasencia en un reflexivo silencio.
Tras el intermedio, con la Sinfonía en do mayor de Dukas se exploró una intensidad eléctrica. Un halo de magnitud estuvo presente desde el inicio del primer movimiento con los contrastes rítmicos y el uso inteligente de los adagios en las cuerdas para unirse con protagonismo los vientos. En consecuencia, había un control cristalino que sirvió de apoyo para adentrarse sutilmente en la parte lírica del siguiente movimiento. Ciertamente, ese lirismo del Andante espressivo e sustenuto quedó algo desdibujada, al no tornar delicadamente la relación entre cuerdas y vientos. Pero fue retornado ese ambiente oscuro con un magnífico contrapunto en chelos y bajos. En el último movimiento se recapituló a un carácter más ansioso y nervioso, acudiendo a una fantástica elección de los ostinatti en el tutti, y del amplio acentuar de juegos rítmicos. El misterio se había asentado de tal forma que incluso se podía ver algún gesto de incertidumbre en el público antes de las últimas cadencias. Con un acertado uso del Scherzo en la dirección en las cuerdas, frente a unos potentes vientos, se consiguió una construcción impecable para finalizar con carácter de fanfarria.
En definitiva, las vías sonoras fueron surcadas para mantener diferentes emociones y una energía efusiva desde la multiplicidad de matices que aportaba la maestría natural de Sainz-Villegas, y el pulso brioso, pero firme, de Salado en la dirección.