Inaugurar no es un mero dar comienzo, una simple activación de lo que todavía no ha iniciado. Desde el recurso etimológico, el término alude a la labor desempeñada por el augur de la Roma arcaica: vaticinar, mediante la observación del canto, el vuelo y el movimiento de las aves, el momento propicio para la apertura de los templos. Además, el verbo latino inaugurare indica la dirección hacia el interior de un incrementar, de un hacer crecer (augere). No se trata únicamente de augurium (predicción, acto de consulta a los dioses sobre lo beneficioso de algo a emprender), sino también de auspicium: protección, favor. Lo inaugural está llamado a marcar el sino de su devenir.
Avisado de tamaña responsabilidad (y con el recuerdo crepitante de Haitink, Muti o Frühbeck de Burgos en sus excursiones a la Porticada), Juanjo Mena compareció sobre la tarima de la Sala Argenta. La obra encargada de incoar el ejercicio: la obertura de Egmont, Op.84, de Beethoven.
Basada en el drama homónimo de Goethe, la página beethoveniana ofrece un nutrido retablo temático, aunando destreza contrapuntística y complejidad psicológica: desde la lucha de los Países Bajos españoles por su emancipación en el siglo XVI al amor de Clara o “la aspiración a la libertad”, pasando por el episodio de Egmont en el cadalso. Una carta de presentación que, pese a no superar los 9 minutos de duración, puede funcionar como rigurosa piedra de toque para la precisión y envergadura del conjunto sinfónico.
Pues bien, la BBC Philharmonic exhibió sus capacidades con el primer acorde: un ataque de balance perfecto, logrando empaque y profundidad trágica sin incurrir en lo agresivo. El heroísmo trascendental del conde de Flandes fue desgranado por la pericia y exactitud de la cuerda, que dominó en cada tramo e insufló vida a la totalidad del cuadro. El brillo del metal aportó, desde la contención, prosapia y el luminoso epinicio postrero ante la arbitrariedad de los jueces. El triunfo de Mena y sus músicos fue también el de Egmont.
A continuación, Pérez Floristán regresó al mismo escenario que dos años atrás asistiera a su conquista en el Concurso Internacional de Piano Paloma O'Shea. La ciudad estima al sevillano y no escasean las razones. Con base en el despliegue virtuosístico de la Rapsodia sobre un tema de Paganini, Floristán trabó un diálogo fulgurante con el maestro de Vitoria y la BBC. Los 24 números se sucedieron en un alarde cromático, alcanzando el mayor vuelo en los pasajes de allegro, Dies Irae y el scherzando de la variación 15. La orquesta abonó el terreno del juego rapsódico con la soltura y justeza rítmica del jazz o del “motorismo” de Prokofiev y elaboró el engarce adecuado con batuta y solista. Una gran actuación que, sin duda, alienta y confirma las esperanzas depositadas en el pianista español.
La segunda parte estuvo dedicada a un hito insoslayable en el repertorio de gran formato: la Sinfonía fantástica, Op.14, de Berlioz. Compuesta en los primeros meses de 1830, al calor de la pasión hacia la actriz irlandesa Harriet Smithson, consta de cinco movimientos programáticos: 1. “Rêveries-Passions”; 2. “Un Bal”; 3. “Scène aux Champs”; 4. “Marcha al cadalso” y 5. “Songe d'une Nuit du Sabbat”.
La formación británica, a las órdenes de una conducción desatada, lució entonces con la máxima intensidad. Maderas y archi (mención especial para violines) tejieron melodías de belleza abrumadora, particularmente sublimes en la “Scène aux Champs”, pero empleándose de igual modo en cada uno de los efectos y detalles demarcados por el argumento. Metales, percusión y bajos aumentaron caudal y espectro, constituyendo el basamento y la potencia de un edificio monumental.
Con el empaste orgánico y la complicidad construida concierto a concierto desde 2011, el tándem BBC-Mena vibró, bailó y estremeció. El torrente sonoro cuidó hasta el menor recoveco de pentagrama, cuajando el mejor de los augurios para lo que resta de festival.
Al salir del auditorio, la lluvia recordaba el pasaje de Rayuela:
Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. […] Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.
Así es: los allí presentes no podíamos elegir y dejábamos que el agua nos empapase, ensimismados. Todavía estábamos atravesados por el poder de la Música.