El Festival de Santander ha llegado a su recta final con la presencia en dos programas de la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen. Un grupo camerístico con una amplia plantilla que, de la mano de Paavo Järvi, ha alcanzado un altísimo protagonismo internacional. Es un conjunto sólido y compacto, con una muy interesante mezcla de veteranía y talento joven. Desde el podium, un entregado Omer Meir Wellber extrajo lo máximo de un instrumento tan dúctil y receptivo.

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Hilary Hahn en el Palacio de Festivales de Santander
© Pedro Puente | Festival Internacional de Santander

La presencia de Hilary Hahn por partida doble constituía otro de los grandes alicientes del concierto. Sin embargo, su actuación como solista en la música de Aziza Sadikova fue cancelada, pues una convalecencia post-COVID privó a Hahn de preparar suficientemente la obra. Afortunadamente, disfrutamos de una técnicamente impecable interpretación del Concierto para violín núm. 5 de Mozart. Su grabación de la obra con la propia orquesta de Bremen, aunque ya lejana en el tiempo, fue una buena referencia. Hahn optó en esta ocasión por tiempos más dilatados y una línea vocal más amplia, pero manteniendo su sonido cristalino y de afinación inmaculada, tal como exhibió en su entrada en el Adagio que da paso al Allegro aperto. En todo el movimiento resplandeció el milagroso registro agudo de Hahn, aunque en los momentos más incisivos se echó en falta una mayor mordacidad en el arco. En la cadenza, pudimos disfrutar de la propia versión de Hahn, quien ha dejado atrás la popular de Joachim, la cual grabó en el disco citado. El Adagio, muy bien fraseado por las cuerdas de Bremen, mostró a una Hahn introspectiva y nostálgica, una vez más reacia a exhibicionismos o florituras. En el Rondó, Hahn finalmente se mostró más extrovertida, tanto en la sección "alla turca" –arrastrada por el efecto percusivo "coll'arco rovescio" de las cuerdas–, como en la cadenza, breve pero diabólica, casi paganiniana. La propina, la Loure de la Partita núm. 3 de Bach, fue una exhibición de sutilísimas ornamentaciones y dobles cuerdas.

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Omer Meir Wellber al frente de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen
© Pedro Puente | Festival Internacional de Santander

Es Wellber un músico de personalidad extrovertida, lo que se traduce en una actitud enérgica, pero siempre muy musical. Su gestualidad sigue una línea muy flexible que aprovecha al máximo lo que García Asensio define como espacio eufónico, acompañando de forma tremendamente enfática las dinámicas del discurso musical, sin que en ningún momento sus movimientos resulten excesivos o gratuitos. Abrió con una electrizante obertura de Don Giovanni, recreada con un enorme contraste dinámico, apropiado para el drama giocoso mozartiano. Pero fue la segunda parte la gran explosión orquestal clásico-romántica. 

Wellber presentó (en sustitución a la obra de Sadikova) la Sinfonía núm. 1, K16 de Mozart; un gran acierto, pues fue un redescubrimiento sonoro escuchar esta música compuesta a la edad de ocho años. Estamos ante mucho más que un primordio, pues toda la esencia mozartiana ya está aquí milagrosamente revelada. Destacó el mágico Andante, muy especialmente por el pianissimo extremo que Wellber imprimió a su sección final. Y, en un nuevo acierto programático, la noche continuó con la no menos infrecuente Sinfonía núm. 2, de Schubert. Orquesta y director demostraron que es una obra digna de ser interpretada más a menudo. Así, fue inolvidable la dialéctica de los dos temas fundamentales del Allegro vivace, explotada al máximo por Wellber para crear un todo orgánico que culminó en los rabiosos, pero siempre armónicos clímax central y final. Que hubiese un sonoro aplauso tras este, lo dice todo de la interpretación. Pero aún restaban tres movimientos: un preciosista Andante, en cuyas variaciones los violines primeros divididos confirieron un valor añadido; un hiperbólico Minuetto, que en manos de Wellber sonó lúcidamente protobruckneriano; y un trepidante final, sazonado por cantarinas maderas y un virtuosístico timbalero. Todos dieron vida a una conclusión triunfal, a la altura del mismísimo Beethoven. Repetidos aplausos, ahora ya oportunos, fueron recompensados con una inesperada propina. Para sorpresa de todos, Hahn reapareció y junto a ella Wellber en el acordeón para ofrecer el hermoso Ave Maria de Piazzolla. Reparador y original final a un sorprendente y enriquecedor viaje musical.

El alojamiento en Santander para Pablo Sánchez ha sido facilitado por el Festival de Santander.

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