El maestro Joaquín Achúcarro cumplió 85 la pasada noche y, sentado al piano del Palacio de Festivales de Santander, lo celebró con una velada mágica y ensoñadora. Como si de un viaje vital se tratara, nos llevó desde los ‘paisajes emocionales’ de Chopin hasta el Homenaje a Debussy de Falla.

La primera parte estuvo dedicada a los 24 preludios del compositor polaco, compuestos entre 1835 y 1839 durante los días que pasó en Mallorca. Antes de atacar con el Agitato en do mayor, el pianista vasco tomó el micrófono para subrayar el carácter íntimo de la serie de preludios a los que denominó “paisajes emocionales”, para después pintarlos con sus manos en el piano como veinticuatro perlas breves, pero intensas. Un estudio psicológico que Chopin realiza y en el que presenta otras tantas emociones, pero siempre unidas por un lazo gris. Tristeza, melancolía, sátira. Agitación y calma, reflexión y dinamismo. Achúcarro acompaña con su gesto todas estas emociones, él mismo está vivendo ese proceso, al tiempo que lo presenta al público. Los modos mayores y menores se alternan hasta agotar las tonalidades en una borrachera de emociones que culminó con el Allegro Appassionato, cerrando el círculo de estos breves paisajes.

Tras el descanso, el maestro Achúcarro nos trasladó al París de 1910 con el irónico vals La plus que lente. Aparecen los pintorescos barrios parisinos entre acordes sobre cuartas, sonoridades difuminadas gracias a un magistral toque de pedal, contrastes de fuertes y pianos dulcemente regulados, todo ello envuelto en una atmósfera borrosa y embriagadora. A continuación, Achúcarro pidió permiso al público para interpretar sin interrupción las tres obras siguientes, como si fueran tres momentos de un todo único. ¿La razón?, la amistad y admiración mutua que había entre Debussy y Falla. La postal que Falla envió a Debussy en 1911 con La Puerta del Vino de Granada removió la intuición y sensibilidad del francés y el resultado fue la composición del preludio homónimo. Como no podía ser de otra manera, Debussy añade su peculiar tono irónico en un ostinato tambaleante en una clara referencia a los efectos del vino. El segundo paisaje, Soirée dans Grenade, nos muestra una España exótica, cercana al mundo oriental. Forma parte de Estampes, obra en la que Debussy busca las sonoridades de lugares alejados tanto en el tiempo como en el espacio, consecuencia de su visita a la Exposición Universal de 1889. Un sensual ritmo de habanera mece la tarde granadina, acompañada por escalas árabes que conforman esos arcos de la Alhambra y, aquí y allá, rasgueos de guitarra y de gamelán javanés. Finalmente, la luz se pierde por la ya noche de Granada, con un murmullo de semicorcheas. La habanera también está presente en el Homenaje a Debussy que Falla compuso para despedirse de su amigo. La genialidad del maestro gaditano logra transfigurar el exótico ritmo en un réquiem lento y triste. El homenaje termina con una cita de aquella tarde granadina y el ritmo de semicorcheas que une a Debussy y Falla.

Como colofón de la velada, Achúcarro sumió al público en un mundo de ensueños y poesía de la mano de Gaspard de la Nuit. El primer momento fue Ondine, en el que predomina el tema acuático y la ninfa que trata de convencer al poeta para bajar a su reino debajo de las aguas. Los amplios arpegios y escalas, símbolos del agua, se deslizan de una parte a otra del teclado mientras que los dos personajes dialogan. Finalmente, tras cuatro compases cargados de quietud y trés lent, el grito desesperado de la sirena desciende de nuevo hacia las profundidades y las aguas vuelven a su calma. El segundo paisaje, Le Gibet, recrea una atmósfera de sobriedad y muerte. El gesto serio y cabizbajo del propio pianista nos presenta con más claridad, si cabe, esta escena dantesca, que culmina con una campana. Un si bemol repetitivo que es “la campana que suena entre las paredes de un pueblo, al horizonte, y el cadáver de un colgado que enrojece el sol del ocaso”. El último invitado de la noche fue el satírico duende del Scarbó. Una pieza con una exigencia técnica muy elevada y que el maestro bilbaíno supo dotar de ese sonido que lo caracteriza, perfectamente acoplado a la poética que Ravel quiso para su obra.

Como no podía ser de otra manera, la ovación del público hizo que el pianista volviera a sentarse al piano otras cuatro veces: un magistral Claire de Lune de Debussy que hipnotizó al público; la Habanera de Ernesto Halffter, que hizo que muchos no pudieran contener el tarareo; un arreglo para piano de la Danza ritual del fuego de Falla, con una fuerza y energía apasionada y, por último, el Nocturno para la mano izquirda,Op. 9 de Scriabin, que fascinó al público ya entregado a cada nota del pianista.

Fue una velada mágica, con una interpretación extraordinaria por parte del maestro Joaquín Achúcarro, que puso en pie a las casi dos mil personas que llenaron la sala ¡Felicidades maestro!

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