Al igual que la Yerma representada el pasado mes de octubre por Ópera de Tenerife, de Adiós a la bohemia, denominada por su autor ópera chica, cabe predicar la equiparable excelencia tanto de su lado musical como la del texto al que da forma, ambos construidos por dos genios vascos de inmortal recuerdo. Bajo esta premisa, y a forma de prólogo de la función, se ofreció la representación de un coloquio entre ambos autores, Pablo Sorozábal y Pío Baroja, personificados por los actores Joan Laínez y Juan Calot, de gran interés y suma originalidad en orden a la adecuada contextualización de esta breve pieza de evocadoras y melancólicas reminiscencias del ambiente bohemio de finales del siglo XIX.

La producción de Donostia Musika ofrece una visión ajustada de la lánguida y sollozante despedida del fracasado “pintamonas” Ramón de su antigua amada Trini, ahora arrojada a la mala vida, en el marco de un café de barrio de poco encanto y que remite, acertadamente, a una vida de sueños frustrados. Un himno a la despedida de la juventud, las oportunidades perdidas y el fracaso de una vocación. Esta introducción se vio aderezada con la interpretación de varias romanzas de conocidas zarzuelas de Sorozábal, como La del manojo de rosas, Katiuska, La tabernera del puerto, Black el payaso, entre otras, con acompañamiento de violín y piano, a cargo de los impagables Irina Peña y Jorge Giménez. El breve recital se acompañó de la proyección de antiguas fotos del músico y del literato, así como del Madrid de principios del siglo XX, momento en que se desarrolla el argumento de esta breve obra. Si a esto se suma una ejemplar dirección escénica, un acertado vestuario y un uso sobresaliente de la luminotecnia, la suma de esfuerzos convirtieron la velada en un grato acontecimiento, tanto en la versión musical como en la literaria.
Al dúo protagonista dieron voz el onubense Juan Jesús Rodríguez y la argentina Jaquelina Livieri. El primero desplegó su rotunda y broncínea tesitura de auténtico barítono para dar vida al fracasado pintor, extrayendo con sabiduría todos los melancólicos matices de su rol, con una dicción y fraseo de gran altura. Por su parte, si bien Livieri exhibe una voz un poco pequeña, la manejó asimismo con indiscutible maestría, muy buen empaste con su compañero de tristezas y recuerdos y un perfecto dominio de las tablas. La prestación de ambos se erigió como la piedra angular de un espectáculo bien diseñado y mejor interpretado y de una incontestable originalidad.
Del conjunto de comprimarios destacaron sin duda Joan Laínez, que dotó, al “Señor que lee El Heraldo” de contenida pero lograda comicidad en una de las intervenciones más sabrosas de la tarde. No le fue a la zaga el Vagabundo del bajo Javier Castañeda en su suerte de introductor y epílogo de la obra, de suerte, leitmotiv del realismo, con breves pero logradas intervenciones.
Por su parte el Coro Titular Ópera de Tenerife-Intermezzo ofreció su habitual buen hacer bajo la dirección de Santiago Otero, destacando en su breve intervención la correspondiente a la sección femenina y fuera de escenario del coro de prostitutas, de extraña y bella tristeza, sin que le fueran a la zaga los intervinientes masculinos en la oda a los pintores, escrita a forma de fuga y acometida de forma enérgica y segura.
Víctor Pablo Pérez encaró la dirección orquestal con su característica maestría, conocimiento de la partitura y en este caso de las huestes orquestales locales, que una vez más redundaron en las notas identificativas de la obra a interpretar. En este caso la melancolía que baña la escena, pese a sus momentos de chanza y parodia, signo distintivo de un compositor atormentado y represaliado, y que pese a todo ello supo extraer en sus partituras, lo más granado del alma humana en un sano intento de renovación musical. Todo lo cual supo reflejar Pérez con su sobresaliente dirección, plena de detalles y estudiados matices, impregnando la velada de las más elevadas virtudes de esta poco difundida obra.

