El Auditorio de Tenerife ha presentado, en su sala de cámara, un recital dedicado íntegramente a la Suite Iberia de Isaac Albéniz, monumento del repertorio pianístico. Luis Fernando Pérez, uno de sus más renombrados intérpretes actuales, ha sido el encargado de ofrecérnosla en esta velada, que también ha servido como homenaje al centenario del nacimiento de Alicia de Larrocha.

Pérez se enfrentó a estas piezas desde unos medios técnicos superlativos y muy personales. Con el cuerpo en constante actividad, en especial la espalda y los hombros, el pianista produjo ataques que resultaron en gran riqueza y variedad sonora, apoyado por una utilización muy cuidada de los pedales. En el terreno interpretativo, fueron notorias la intensidad de sus conceptos y cierta internacionalidad en la forma de aproximarse a estas partituras, en equilibiro, eso sí, con la españolidad de la obra. Si bien prefiero versiones con algo más de gracia y humor, o que evidencien deleite sonoro, Luis Fernando Pérez logró convencernos e introducirnos en su mundo, defendiendo su propuesta con gran maestría y convicción.
La velada comenzó con un primer cuaderno que ya mostró un nivel muy alto, manifestándose también algunas de las peculiaridades del pianista. “Evocación” estuvo espléndidamente cantada y planificada, si bien con un fraseo algo suspendido; mientras que en “El Puerto”, Pérez destacó especialmente bien los aspectos rítmicos. Pero el broche de oro de este cuaderno estuvo en “El Corpus Christi en Sevilla”, en el que tras recrearse en los silencios iniciales, nos regaló una versión magnífica por el dominio técnico, el control absoluto de la polifonía y su capacidad de canto en la copla, en la que trató de manera muy personal las voces secundarias. El segundo cuaderno fue, en conjunto, el más redondo de la velada y en el que se mostraron todas las mejores cualidades de la visión del pianista; comenzando con una “Rondeña” tomada a tempo muy rápido, pero con gran control y gracia, teniendo como contraste una copla con ataques muy singulares y efectivos. Las dos piezas siguientes estuvieron sensacionales: una “Almería” sentida, cantada, con clímax de gran virtuosismo y una copla excepcional, seguida de una “Triana” escalofriante en lo técnico y muy inspirada.
Algo menos convincente estuvo el tercer cuaderno, que conformó la segunda parte, a pesar de estar muy bien tocado. Al “Albaicín” le faltó algo de misterio, pero estuvieron excelentes los clímax y la coda final. En “El Polo”, asistimos a cierta sonoridad bartokiana, muy interesante, pero restó gracia al canto. En la infernalmente difícil “Lavapiés”, el pianista tuvo algún problema de ejecución, y resultó algo plana, no obstante, fue asombrosa la manera en que resolvió la mayoría de las dificultades. La interpretación de la Suite llegó a su último tramo con un estupendo cuarto libro, donde Pérez encantó con una “Málaga” muy bien planificada y con un control exquisito de los planos sonoros. También convenció en “Jerez”, con un comienzo bellísimo y un rubato muy personal, para concluir con una “Eritaña” extraordinaria, llena de vida y con acentuaciones muy personales. Ante el delirio del público, el pianista habló con gran simpatía y mostró su asombro ante el hecho de que el respetable quisiera escuchar más música. Seguidamente, ofreció tres regalos preciosos: Jeunes filles au jardin, de Frederic Mompou, la Sonata en re mayor, R. 413, del padre Soler, y una versión espectacular de La danza del fuego de Manuel de Falla. Así concluía un recital impactante que nos permitió disfrutar de la visión personalísima de uno de los más prestigiosos defensores de la Suite Iberia en la actualidad, inobjetable en lo técnico y de enorme expresividad.