Prosiguiendo el leitmotiv de esta temporada de la Orquesta Sinfónica de Tenerife dedicada a los grandes innovadores musicales, y bajo la aguda supervisión de Pablo González, el concierto ofrecido respondió a tales requerimientos con el estreno absoluto de Emergence (Finding La Mer) de Ferran Cruixent, La Mer de Debussy, y La consagración de la primavera de Stravinsky. Todo un homenaje a los visionarios del arte y de la música en una evocadora transición que fue desde los melódicos susurros marinos de la primera parte, hasta las rústicas sonoridades primitivas de la segunda.
El barcelonés Ferran Cruixent cuenta con un nutrido catálogo de composiciones que incluye bandas sonoras de cine y de videojuegos, en la que utiliza un lenguaje distintivo con el que explora las posibilidades sonoras. La breve obra comienza con unas reiteradas disonancias que conforman un caos sonoro de difícil interpretación a las que siguen diversos acordes claramente inspirados en el canto de las ballenas. En este punto, y a partir de él, es cuando el oyente puede identificar el hilo conductor de esta primera parte, el mar, tan próximo a nuestro Auditorio y que puede palparse en el bruñido final, de gran impacto auditivo. El autor de esta pieza, asistente al estreno saludó los educados aplausos del público, siendo de agradecer la posibilidad de asistir a este novedoso evento.
A los tres bocetos sinfónicos que componen La Mer de Debussy, cumbre del impresionismo musical y de evocadoras y sensuales sonoridades, Pablo González impregnó la interpretación de esa melancólica pátina que identifica al músico francés, con tiempos muy cuidados y un dominio total de la partitura. Del logro de su ejecución podemos predicar gráficamente que la sala se inundó de olor a salitre, del sonido del viento marino y de olas rompientes. Un nuevo éxito del pulido trabajo con los metales y vientos, especialmente las trompas que en esta temporada están mostrando un nivel excelente, lo que promete un venturoso devenir dado el repertorio programado este año.

La jornada terminó con la obra para ballet La consagración de la primavera de Igor Stravinsky, estrenada en París en 1913 para los ballets rusos de Diáguilev, y que por su carácter vanguardista y energía rítmica y primitiva causó auténticos disturbios entre el público asistente a la premier. La misma se inspira en disonantes acentos de evocaciones ancestrales de ritos paganos constituyendo una de las obras más influyentes y difundidas del siglo XX, no ya como música de ballet, sino como pieza de concierto de inspiración telúrica y salvaje. De esta joya musical del pasado siglo que amplía y relativiza el concepto de belleza, supo obtener de nuevo nuestro flamante director principal invitado las más brillantes sonoridades, incidiendo en los acompasados ritmos a cargo de una impecable percusión y una madera de total precisión, implicado todo el conjunto en lo que se acreditó como un detallado trabajo preparatorio del concierto. Señalar asimismo la adecuación de los movimientos Lento y Tranquillo con las limpias e impactantes explosiones sonoras de los Vivo y Allegro, como muestra una Danza de la tierra y una Danza sagrada realmente sobrecogedoras. En su línea de buen hacer, el maestro González acreditó un perfecto conocimiento de la partitura así como un dominio casi milimétrico de todas y cada una de las secciones de la orquesta, a la que ya vamos apreciando evidentes rasgos de complicidad y entendimiento con esta bienvenida batuta que continúa ofreciéndonos veladas para el recuerdo.

