Contradiciendo el lema de la velada inaugural, Mi Mozart, pero no el de esta incipiente temporada dedicada a los visionarios de la música, me permito tal titular por cuanto el genio de Salzburgo indiscutiblemente forma parte de nuestro patrimonio cultural, artístico y musical, lo cual ya merece el plural empleado, nuestro Mozart. Además, si bien es proverbial la camaleónica capacidad de la Orquesta Sinfónica de Tenerife de emprender variados repertorios, el de Mozart en particular le es sumamente congenial, lo que puedo certificar tras más de cuarenta años de seguimiento de la misma.
No sorprende por tanto que desde los primeros acordes de la Sinfonía núm. 39 con la que se inicia la velada se destacara la elegancia de la partitura, el estilo majestuoso subrayado por unas sobresalientes maderas y la segura dirección del italiano Andrea Marcon. Reconocido conocedor del programa ofrecido, y en concreto de esta inicial interpretación, Marcon resaltó de manera brillante las diversas transiciones del segundo movimiento, así como el protagonismo del clarinete en el galante Minuetto del tercero. En la misma línea, las diabluras contrapuntísticas del movimiento final fueron acometidas con pasmosa seguridad y una claridad sonora a la altura de tan magna partitura.
La prevista intervención del solista Renaud Capuçon en el Concierto para violín núm. 3 "Estrasburgo", se vio sustituida por la de Akiko Suwanai. La violinista japonesa se presentó en esta ocasión con el Guarneri “Charles Reade” (en sustitución al habitual Stradivarius “Dolphin”), todo un repertorio de magnificencia musical en el orden que corresponde al compositor exclusivo de la velada. Los derroteros de la misma transcurrieron en la línea de exquisitez previa, respondiendo al más puro clasicismo en forma de sonata, siendo de destacar la impecable cadenza final del primer movimiento, la cual se hizo breve por el virtuosismo exhibido por la solista. Suwanai exhibió sus habilidades en un delicioso Adagio ejecutado con un detallismo, en todos sus matices, que resultó conmovedor; y nos desarmó finalmente con el Rondo, pleno de expresividad, con una dirección y orquesta plenamente comprometidos y en perfecta comunión para el cierre de una primera parte de primer orden.

La postrera Sinfonía núm. 41 “Júpiter” ocupó la parte final en la misma línea de excelencia artística. La férrea dirección de Marcon condujo a los profesores de la Sinfónica de Tenerife a la ejecución de un primer movimiento sorprendentemente ágil, subrayando las inesperadas pausas que no dejan de resaltar la belleza de las melodías exhibidas, sin menoscabo de las mayores profundidades armónicas del segundo movimiento, donde nuevamente las secciones de madera y viento acreditaron una calidad sobresaliente, apuntalados eso sí, por unas cuerdas de igual categoría y la pulcritud y exactitud matemática de una percusión rayana en lo perfecto. Los reiterativos motivos del movimiento final Molto allegro y su nuevamente intrincado contrapunto no desmerecieron en modo alguno una mozartiana velada plena de brillantez sonora y de momentos inolvidables que presagian una nueva venturosa temporada.
Dedico este texto a mi amiga y ayudante Desirée B. Moreno Rodríguez, in memoriam, a su hijo Santi y a Denise.