El Festival Internacional de Música de Canarias vuelve a sus meses habituales de enero y febrero, después de la situación excepcional del año pasado. En esta edición número 38, que cuenta con un cartel impresionante, se ha encargado el concierto inaugural a la extraordinaria Philharmonia Orchestra de Londres, que también inauguró el festival hace dos años. En esta ocasión, han actuado bajo la dirección de una de las figuras emblemáticas de la interpretación historicista: Philippe Herreweghe.

Philippe Herreweghe
© Festival Internacional de Música de Canarias

El festival no podía comenzar mejor que con el Bach de Herreweghe, del que dan testimonio sus magníficas versiones discográficas, y el director belga entró en escena con simpatía, naturalidad y sencillez, para adentrarnos en la Suite orquestal núm. 4 en re mayor del genio alemán. Con una dirección grácil (sin batuta) y soberbia, la versión tuvo todas las virtudes que caracterizan a Herreweghe, si bien la Overture, a pesar de estar muy bien concebida, tuvo momentos irregulares: algún que otro fallo (sin demasiada importancia) y un balance orquestal no siempre logrado. El resto fue prodigioso: desde la luminosa Bourrée, pasando por la nobleza de la Gavotte, la elegancia y el cuidado exquisito del Menuet, hasta la energía y los contrastes de la Réjouissance. Asombró la capacidad de la orquesta para adaptarse a las maneras de Herreweghe en lo que fue una versión de primerísima fila. Un auténtico goce para los sentidos.

De jovial, alegre y entregada se puede definir la actuación del chelista británico Steven Isserlis, que dio una lección de musicalidad y disfrute en el Concierto para violonchelo núm. 1 en do mayor de Haydn. Más allá de la capacidad técnica, de muy alto nivel, Isserlis (que también tocaba en los tutti), encantó con sus capacidades expresivas y su presencia carismática. Estuvo espléndido en todos los momentos del Moderato, desde la entrada inicial hasta la magnífica cadenza. El Adagio fue tomado a un tempo relativamente rápido, pero no sonó asfixiado ni atropellado, de tal forma que Isserlis pudo cantar con naturalidad, algo que también logró en el tercer movimiento (Finale: Allegro molto), tomado a una velocidad no demasiado rápida, lo que le permitió frasear y hacer música con comodidad. Herreweghe y la orquesta estuvieron en plena sintonía con el solista, logrando una versión alegre, entretenida y muy disfrutable. Como regalo, Isserlis volvió a encantar con un arreglo para violonchelo solo de El cant dels ocells, en versión íntima e hipnótica.

El solista Steven Isserlis junto a la Philharmonia Orchestra
© Festival Internacional de Música de Canarias

Para terminar la velada, la Sinfonía núm. 39 de Mozart en una versión de gran energía rítmica y tempi fluidos. La visión de Herreweghe aligera la obra y pretende evitar excesos románticos, lo que podría ser algo discutible en el Adagio inicial y en partes del segundo movimiento (Andante con moto), que no contrastaron de manera decisiva con otras secciones de la obra. Pero no se pueden negar las múltiples cualidades que impregnaron esta interpretación, en la que destacaron aspectos como la danza y el canto en el Allegro del primer movimiento, con la reconocida habilidad del director para cuidar todos los detalles, y el asombroso tejido sonoro del Andante con moto. Posteriormente, el Minuetto fue tomado a tempo muy rápido, pero controlado, con una magnífica prestación orquestal en el trío (que contó con adornos añadidos en las repeticiones). Los adornos fueron también una de las características del rítmico, alegre y virtuosístico Allegro final, tocado con una vitalidad contagiosa para concluir esta versión interesantísima, que tuvo una prestación impecable de la Philharmonia Orchestra.

En resumen, un comienzo magnífico para un festival que promete dar muchos momentos inolvidables en esta edición. 

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