Nevermind es una agrupación camerística especializada en el repertorio barroco. El conjunto domina la obra de los compositores más relevantes de este período, si bien se observa una cierta preferencia por el repertorio francés, y una notoria orientación hacia autores que, por distintas razones, no han gozado de la misma relevancia a través de la historia de la interpretación musical. Paladines de los “ignorados”, presentan la obra de compositores como Hotteterre o Montéclair -tal vez más conocidos para los amantes de la flauta travesera- y además, como en esta ocasión, desvelan las obras de la clavecinista Élisabeth Jacquet de La Guerre.

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Anna Besson, traverso, Louis Creac’h, viola, Jean Rondeau, clave, Robin Pharo, viola da gamba
© Elvira Megías | CNDM (Centro Nacional de Difusión Musical)

De entrada, podríamos iniciar con una generalización que, en ausencia de detalle, supone una suerte de leitmotiv para todo un recital exclusivo de la música francesa del entorno de Luis XIV, a saber, una insólita frescura y un enfoque desenfadado hacia un repertorio que suele percibirse como elitista y sofisticado. Podemos apuntar que de entrada no resultaron del todo equilibradas las dinámicas de los distintos instrumentos, no percibiéndose con claridad las líneas melódicas al comienzo de la primera Sonata a trío de La Guerre, pero muy pronto se acomodó la formación a la acústica de la sala de cámara, siendo capaz de equilibrar timbres y velocidades para proyectar con claridad los cometidos asignados a cada instrumento. Asimismo, resultó adecuado a la acogida del repertorio la elección de piezas que formaron una arquitectura coherente entre las sutilezas de las sonatas en trío hasta las enrevesadas piezas de clavecín solo y las evocadoras piezas de carácter.

Destacó en la interpretación de las Sonatas de La Guerre una hábil combinación entre la elegancia francesa y la expresividad, propiciando correctamente los contrastes de tempo y los diálogos imitativos entre la flauta y el violín. Asistimos posteriormente, en la interpretación del Preludio en re menor, a una lección de control del rubato y de la exageración, toda vez que gran parte de estas composiciones se desarrolla en escritura no mensurada, una particularidad que, en manos inhábiles, produce caos sonoro y ornamentación desbordada. En el caso de Nevermind asistimos a un compromiso bien comprendido entre la rigidez de la estructura establecida y la libertad del carácter improvisado atribuible a estas formas musicales.

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Anna Besson, traverso, Louis Creac’h, viola, Jean Rondeau, clave, Robin Pharo, viola da gamba
© Elvira Megías | CNDM (Centro Nacional de Difusión Musical)

Concluidas las Sonatas en trío de La Guerre, se podría decir que concluyó lo más interesante del recital. No obstante, Nevermind tuvo el acierto de intercalar obras de menor calado estructural entre las grandes arquitecturas de las Sonatas mencionadas, y así darle a cada una, bien por méritos propios, bien por medio del contraste entre ellas, su propia personalidad.

Sin terminar de ser notablemente interesantes, hemos de destacar que las piezas de Hotterre y Montéclair sirvieron de vehículo para mostrar la lucidez y el carácter con que Anna Besson domina el traverso, ya que están concebidas, principalmente, para mostrar la libertad expresiva del intérprete. Rigurosidad en el tempo, con ritmo fluido y equilibrado, pero con habilidad en el rubato, pudimos apreciar en las piezas de carácter de Montéclair la habilidad del contraste y del sostenimiento continuado del único afecto que presenta cada una de las piezas.

En las piezas de Couperin, a su vez, un Preludio de carácter transitorio y recogido, y una obra con estructura de sonata extremadamente enriquecida, nos mostró el conjunto la habilidad técnica para el tratamiento de una ornamentación enrevesada en sintonía con el elemento a ornamentar, sin innecesarias exageraciones y sin perder en ningún momento la sutileza y la elegancia del estilo compositivo.

Culminado el recital, se diría que Nevermind demostró que el barroco francés, lejos de ser un museo sonoro decorativo y distante, y aun observando los postulados historicistas más característicos, puede concebirse como un vehículo de expresión de afectos contenidos y sensibilidad sonora de extraordinaria belleza. En la concepción del grupo Nevermind, la elegancia puede ser también sinónimo de profundidad.

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