Massimo Spadano nació en la región italiana de los Abruzos, estudió primero en Italia y después en Utrecht con Viktor Liberman y Philippe Hirschhorn. Se formó como director en la Accademia Musicale Pescarese. Es concertino de la Orquesta Sinfónica de Galicia desde 1994 y director de la Orquesta de Cámara de Galicia desde 1998. Está muy volcado también en la interpretación histórica y desde 2015 dirige el conjunto Acadèmia 1750.
¿Cómo llegó a concertino de la Orquesta Sinfónica de Galicia?
Víctor Pablo Pérez, el creador de esta magnífica Orquesta, y al que ya conocía, me invitó junto a otros 20 aspirantes. Al final de la temporada, Pérez y Enrique Rojas, gerente en aquel entonces, se reunieron con los solistas de la cuerda de la orquesta y decidieron ofrecerme la plaza de concertino. Después de pensarlo un poco, acepté; en principio me iba a quedar unos 2 o 3 años… y después de 27, aquí estoy, ¡encantado!
¿Cuál es el papel del primer concertino dentro de la orquesta?
Como decía mi maestro, que fue concertino en Leningrado con Mravinsky y luego en el Concertgebouw, “la última preocupación de un concertino es tocar bien”, ¡ja, ja! Lo que esto significa realmente es que, aunque tocar bien es un requisito indispensable en un concertino -algo que se apreciará en numerosas ocasiones a lo largo de la temporada dado que la música sinfónica está plagada de solos de violín- es uno de los tantos dones que el concertino debe tener, y son todos tan importantes como el tocar bien. El concertino puede hacer que el clima de trabajo sea relajado y fructífero, dar ejemplo de esfuerzo y entrega, así como hacer de motor en los conciertos y tirar de la orquesta para que no se caiga en la rutina. Naturalmente, no se puede complacer a todo el mundo, pero sí hay que atender a las preguntas de todos sobre cuestiones acerca de arcos, articulaciones etc., e intentar dar siempre explicaciones lógicas y en un contexto musical.
¿Cómo lleva a cabo la comunicación entre el director y la orquesta?
Cuando llevas mucho tiempo con la misma orquesta, una gran parte del trabajo se resuelve a través de pequeños gestos y miradas, así nos entendemos. Respecto a la comunicación con el director titular, pasa algo muy similar. Con los directores invitados, encuentras un lenguaje y una psicología distinta con cada uno de ellos y lo importante es intentar conectar cuanto antes para que el trabajo de los siguientes días fluya. La tarea se presenta un poco más complicada cuando no hay química entre el director y la orquesta, en esos momentos hay que ser un diplomático hábil para contener a la orquesta y al mismo tiempo satisfacer al director. A nadie, al público en primer lugar, le conviene que haya un mal entendimiento entre director y orquesta: la música pagaría amargamente en todo ello.
Independientemente de la visión musical del director, ¿qué iniciativas puede tomar en relación con la interpretación?
Un concertino tiene que luchar siempre por las ideas musicales del director haciéndolas suyas y defendiéndolas con argumentos, siempre y cuando el director tenga las ideas claras. En alguna ocasión se tarda un poco más en entrar en la onda del director, incluso alguna vez resulta imposible, pero siempre se puede intervenir para intentar traducir técnicamente la idea musical del director.
Una orquesta es un organismo complejo, con su propia estructura jerárquica entre las diferentes secciones. ¿Cómo se asegura de que los distintos niveles funcionan bien y sin conflicto?
Pienso que, a menos que haya graves problemas, el concertino no tiene por qué interferir en una sección que no sea la de violines o cuerda en general. Recuerdo en una ocasión tener que ensayar antes del concierto con los vientos un movimiento lento de un concierto de Mozart que no estaba resuelto. Pero son casos raros. Si hay algún problema persistente, se trata fuera del escenario entre colegas, y si no se resuelve, se acude al director y al gerente.
¿Hay algo en el mundo del concierto que le gustaría que cambiara?
Noto que, hoy en día, se tiene poca paciencia, la gente quiere resultados inmediatos. Tenemos internet que nos proporciona de todo y en cuestión de segundos, pero estoy convencido que muy poca gente profundiza en la información. En la música es necesaria una predisposición a la calma y a la paciencia para el deleite y para apreciar la armonía, los colores, los estilos y, por qué no, la interpretación. Sí me gustaría cambiar algo, pero no en las orquestas, que hoy en día tienen un nivel altísimo e impensable hace 70 años. ¡Lo que me gustaría cambiar es la educación musical en la edad del crecimiento!