El año pasado en Glyndebourne, el público pudo disfrutar de dos estilos de producciones completamente diferentes en una sola noche. Laurent Pelly yuxtapuso en un doble programa de Poulenc el monólogo La Voix humaine, en el que “Elle” aparece sola en un escenario vacío con solo un teléfono, con la surrealista farsa Les Mamelles de Tirésias, en la que tanto en la escena como en el vestuario abunda la profusión de ideas. El momento más llamativo es cuando todo el escenario es invadido por 40 049 bebés marionetas.
¿De dónde, pregunto, toma Pelly sus ideas? Apunta instintivamente a lo intrínseco de la obra (el sinfín de bebés está, de hecho, en el original). No obstante, Pelly toma inspiración de un contexto cultural mucho más amplio: puesto que Les Mamelles es una obra surrealista, él y la escenógrafa Caroline Ginet pasaron horas estudiando libros sobre el surrealismo. Otra imagen impactante es la de los personajes con la cara pintada del mismo color primario que el atuendo que llevan, muy en línea con las esculturas vivientes que vemos con frecuencia en el centro de las ciudades europeas. “La pieza está llena de temas que se superponen: para mí es una idea que funciona con la locura inherente de la obra”.
Como director, Pelly tiene una locura de trabajo también. Casi siempre diseña el vestuario de sus producciones, y dirige teatro además de ópera. “No estoy mucho en casa”, me comenta. “Trabajo tantísimo, que no paro más de dos o tres meses al año. El año pasado, con todos los aplazamientos a causa de la covid, hice seis nuevas producciones”. La idea de “descanso del trabajo” no parece que le atraiga: hace seis años, al final de su periodo como director del Teatro Nacional de Toulouse, se compró una casa de campo en Borgoña, una zona de preciosos paisajes que adora, y, como no podía ser de otra manera, construyó una sala de ensayos y espacio para alojar a artistas visitantes.
Hay cierto ritmo a la hora de mantener este nivel de creación. El trabajo en una nueva producción comienza con unos 18 meses de adelanto concentrándose en la escucha de la música de la ópera. A continuación, se deben hacer los diseños y los modelos, tras esto, hay un amplio intervalo durante el cual trabaja en otras producciones. Más tarde, unos dos o tres meses antes del estreno, tiene lugar un intenso periodo de ensayos. Cuando hablamos, Pelly está en Madrid, a mitad del proceso de los ensayos de Il turco in Italia de Rossini en el Teatro Real.
Ese periodo de escucha al comienzo es crucial. “Todo comienza con la música”, explica Pelly. “El trabajo de montar una ópera comienza con introducir la música en el cuerpo de los cantantes, y también en el cuerpo de sus personajes”. Aunque asegura que no es músico, tocó el oboe y cantó en coros hasta la adolescencia, momento en el que se orientó hacia el teatro, que le obsesionaba. Más tarde, cuando comenzó a dirigir ópera, tomó lecciones de canto porque “Me pareció interesante aprender a respirar como un cantante”. Sabe leer partituras, aunque en la lectura a primera vista no tiene mucha fluidez.
Desde fuera, sus producciones podrían clasificarse en dos categorías. Las comedias son una explosión de color, detallado atrezo y decorados: por todo el mundo, aficionados a la ópera habrán visto las pacas de paja en la muy viajada L’elisir d’amore o el mapa de Europa gigante en La Fille du régiment. Para las obras trágicas, no obstante, como la reciente Eugene Onegin en La Monnaie, sus producciones son refinadas y minimalistas: el escenario es un lienzo en blanco en el que los cantantes dibujan las emociones de sus personajes mediante sus voces y sus cuerpos, no con atrezo.
Para Pelly, la diferencia importante no está en la naturaleza trágica o cómica de las obras, sino en la fuerza dramática intrínseca. “Como yo lo veo, hay dos tipos de obras. Las que acusan el paso del tiempo y necesitan una nueva lectura que les quite el polvo, que las haga accesibles al público actual. Y las obras maestras que no necesitan una nueva lectura porque la obra es, en sí, suficientemente fuerte: estas son las que no necesitan ser transformadas por el montaje. Eugene Onegin es una adaptación de una incuestionable obra maestra literaria, al igual que es una obra maestra musical con una fortísima tensión dramática. Así que lo que necesitaba era eliminar todo lo superfluo para hacer algo muy puro. Detesto tener que amoldar un concepto a una obra en la que no encaja. Siempre, siempre, me considero al servicio de la obra. ¡Eso es fundamental!”
Il turco in Italia es una obra de bel canto, lo que significa que, dado el estilo musical, los personajes tienen frecuentemente repeticiones y, en consecuencia, necesita una inyección de ideas para que funcione teatralmente. A Pelly le encanta la música, pero en contraste con Il barbiere di Siviglia que, en su opinión, es una obra de una construcción dramática perfecta, Il turco presenta algunos problemas: “La música es extraordinaria, pero en muchos momentos tiene excesiva precedencia sobre el teatro”. Hay veces en las que cantan todos lo mismo por motivos puramente musicales, cuando de la situación dramática se esperaría que cantasen algo muy, muy diferente. Esos momentos requieren mucha reflexión previa y esfuerzo de dirección.
Vuelve a su lema: el imperativo primero y más importante es “introducir la música en el cuerpo de los personajes. La ópera no tiene nada que ver con el realismo. Esas situaciones en las que la gente se arranca a cantar no son realistas. Y en cualquier caso, no me gusta el realismo: mis montajes siempre son más bien paisajes oníricos, el sueño de un personaje. Volviendo a Il turco, es una historia de amor bastante clásica: el marido, el amante, el turco exótico, toda la historia de la gitana. Es todo muy cursi y bastante sentimental”. Para manejar esto, Pelly y la diseñadora Chantal Thomas se inspiraron en un género denominado roman-photo (fotonovela), que fue todo un éxito a mediados del siglo XX en Francia, Italia y otros países latinos. Las fotonovelas eran más o menos como una novela gráfica, pero con fotografías en lugar de dibujos: los temas eran prácticamente siempre melodramáticas historias de amor.
“Comencé queriendo construir toda la narrativa en torno a Fiorilla, la joven atrapada en un matrimonio infeliz y que necesita libertad. La idea es que está obsesionada con las fotonovelas y que toda la historia del Turco, de Zaida e incluso de todos los demás personajes sale de una fotonovela. Así que el diseño de toda la producción está tratado desde un punto de vista fotográfico. Hemos trabajado mucho no solo la fotonovela como contexto, sino también en los gestos y en lo corporal de los personajes que encontrarías en una. Lo curioso es que la música de Rossini se ajusta completamente a este enfoque. Es muy divertida de hacer y los cantantes la adoran. Hay mucho trabajo, y duro, por supuesto, porque requiere muchísima precisión en los movimientos y exactitud en la imagen. Sin embargo, en cuanto a la estética, le da a uno licencia para imaginar algunas locuras, que van muy bien con la obra”.
Pelly se toma la comedia muy en serio. Para empezar, y como muchos han comentado, encuentra oscuridad en el corazón de la comedia sistemáticamente: menciono su reciente producción de La Périchole de Offenbach, una opereta frívola e hilarante, pero cuyos personajes se ven arrastrados por la prostitución, el hambre y la tiranía. “No me gustan las bufonadas. Si miras a los grandes cómicos del cine, por ejemplo, ya sea de la época muda o más recientes, siempre interpretan personajes patéticos. Incluso los grandes payasos del circo son personajes impregnados de enorme tristeza. La razón por la que nos reímos es precisamente porque se encuentran en situaciones trágicas”.
Y su comedia conlleva siempre muchísimo trabajo, nada se deja al azar. “Soy extremadamente riguroso con mi trabajo, extremadamente preciso. Nunca dejo a un cantante libertad como para que haga lo que quiera en el escenario. Todo está diseñado, en cuestión de corporalidad, siempre está todo muy pensado, la manera en la que se sitúa el cuerpo en el espacio, los gestos. A la mayoría de los cantantes les parece bien así. Porque cuando a un cantante no se le dirige, no se le dice lo que tiene que hacer, no se siente libre en el escenario, se siente perdido. Creo que imponer algunas limitaciones visuales, escénicas y físicas es lo que permite a los cantantes, una vez han asimilado las ideas, tener libertad en su interpretación”.
A los 12 años, Pelly comenzó clases de teatro, y a los 15, ya montaba obras con sus amigos del colegio. A los 18 fundó una compañía de teatro, Le Pélican, la cual, está aun activa y en buena forma bajo el nombre Groupe PelMel. Según me va contando acerca de su infancia y juventud, su riqueza de ideas me sorprende menos. El arte y la cultura fueron siempre de primordial importancia para sus padres: la música, el teatro, la pintura, el cine eran parte de la vida diaria. Desde los cinco años, iba con su familia todos los domingos a un museo. Su hermano, su hermana y él hacían música juntos, iban a conciertos y cantaban en un coro.
El hecho de que el montaje del nuevo Turco esté, en parte, inspirado en la película de Fellini Lo sceicco bianco (El jeque blanco) –no una de sus películas más recordadas– es típico de Pelly. En su primera visita a la ópera, a los 15, fua a ver Lulu al Palais Garnier en un montaje de Patrice Chéreau. No es exactamente una ópera para iniciarse, pero se preparó concienzudamente leyendo el libreto, ya que no tenía acceso a la música. “Fue amor a primera vista (le coup de foudre), incluso en lo que se refiere a la música, que me encantó. Más tarde, pude asistir a muchas otras producciones en un corto espacio de tiempo porque tenía un amigo que trabajaba en la Ópera de París”.
¿Tiene óperas pendientes? Joan Matabosch, el director artístico del Teatro Real, le ha persuadido para que intente Meistersinger, de Wagner, el año próximo. Le gustaría volver sobre Falstaff, de Verdi y, dentro del repertorio clásico, le gustaría hacer más Rimsky-Korsakov y demás repertorio ruso. Pero lo que realmente le gustaría es montar un estreno mundial; hay obras de teatro que le encantaría ver convertidas en ópera, como Une visite inopportune, escrita por el argentino Copi sobre su propia muerte, o L'impresario delle Smirne, de Gorgoni, que está montando en la actualidad en el teatro, pero que es sobre cantantes de ópera. ¿Y con qué compositores contemporáneos le gustaría trabajar? La respuesta llega sin dudar: Thomas Adès; le encantó Powder her Face y The Exterminating Angel. Todavía no ha conocido a Adès, pero quién sabe.
Il turco in Italia estará en el Teatro Real de Madrid del 31 de mayo al 12 de junio.
Traducido del inglés por Katia de Miguel.