El primer CD como solista del trompetista español Manuel Blanco, publicado en 2017, se tituló Fearless (‘Sin miedo’). Tal título está lejos de ser presuntuoso. Es una ecléctica mezcla de periodos y estilos que va desde el repertorio habitual, como el concierto para trompeta de Haydn, al incisivo concierto de Bernd Alois Zimmermann de 1954 o arreglos de los estándares de jazz como Nobody Knows the Trouble I’ve Seen, y habla de un intérprete que no se inmuta ante la dificultad técnica y estilística de tal variedad.

Pero Blanco saltó a la fama tras haber sido primero en otro examen que puso a prueba sus nervios de acero: el Concurso Internacional de Música ARD en 2011 (el concurso de interpretación más grande y prestigioso de Alemania). Fue el tercer trompetista en ganar el primer premio en los 66 años de historia del concurso y, además, con una puntuación altísima sin precedentes. Antes de este logro, Blanco no era ajeno a la tensión que se vive en los concursos de alto nivel, haber ganado galardones españoles e internacionales le ayudó a establecerse como un intérprete de orquesta reputado entre algunos de los conjuntos más importantes del mundo, y ha trabajado con el Concertgebouw de Ámsterdam y la Gewandhaus de Leipzig, entre otros.

Blanco cree que su amplia experiencia como trompetista de orquesta juega todavía un importante papel en su vida como solista y es clave en su éxito. Se esfuerza, me comenta, en promover una conexión con el conjunto con el que está trabajando como solista, en ser “parte de la orquesta”, no alguien ajeno y dictatorial que impone su criterio. Esta actitud es algo inherente al Concurso ARD y una de sus características más distintivas. A los participantes se les pide, en la semifinal, que toquen un concierto a solo con orquesta de cámara y sin director, de modo que tienen que dirigir la interpretación ellos mismos, una manera extraordinaria de examinar el entendimiento musical con un conjunto y la habilidad de mantener en el escenario un diálogo vivo con otros músicos.

Qué impacto tuvo en su carrera el ganar el concurso, le pregunto a Blanco. Al ganar, me dice, se dio cuenta de que podía aspirar a la carrera de solista. Hasta ese momento, había dedicado la mayor parte del tiempo a tocar en una orquesta: con tan solo 21 años, logró un puesto en la Orquesta Nacional de España (y como seguidor del Real Madrid que es, estaba doblemente encantado de vivir en la capital de España). Y conseguir el primer premio vino también seguido de grabar para Decca su primer CD. Otra oportunidad clave que el concurso trajo consigo y que asumió muy entusiasmado fue la posibilidad de dar clases a los trompetistas de la Gustav Mahler Jugendorchester, orquesta con la que ya había tocado anteriormente.

El concurso, por su importancia y prestigio, ofrece a sus participantes una ocasión única de calibrar su temple musical frente a otros intérpretes de primera clase, brinda contactos, oportunidades de trabajo y la posibilidad de conocer a agentes y ejecutivos musicales que están buscando fichar al próximo gran talento. Pero Blanco lo ve también como un camino mucho más serio hacia la carrera de solista, debido a la exigencia y el nivel de disciplina requeridos, comparado con las trayectorias de otros intérpretes fuertemente apoyadas en el marketing y el papel cuché, que son, según él, “80% marketing y social media”.

No hubo momento para relajarse después tampoco: equilibrar el compromiso de un puesto en una orquesta con una floreciente carrera solista era “una locura… mucho estrés…, y viajar, viajar, viajar”. Implicó también algunas decisiones difíciles: Blanco rechazó un puesto en la Gewandhaus de Leipzig, que se puso en contacto con él tras el concurso.

Siete años después, ¿cuáles son sus mejores recuerdos del concurso? “El programa era muy complejo… y estaba tan ocupado con mi trabajo como integrante de la orquesta, ¡que no tuve mucho tiempo de prepararme!” Durante el concurso, me comenta, evitó todas las entrevistas y pasó el tiempo en el hotel, practicando y estudiando. Sentía que tenía que distanciarse de los otros concursantes, aunque hubiera hecho amigos a lo largo del concurso. Pero hubo también muchos momentos especiales: salir a saludar cuatro veces tras la interpretación en la semifinal del Concierto para trompeta en mi mayor, de Hummel, por ejemplo.

Le pregunto qué hace del Concurso ARD algo distinto. “Es el concurso más prestigioso… es como los Juegos Olímpicos”, me contesta, y está esa sensación de que los jueces te presionan para que hagas más. “Tienes que ser técnicamente perfecto, como en los Juegos Olímpicos, pero también ofrecer algo diferente, muy creativo y personal. Están buscando un solista, un fenómeno, no solo perfección técnica”.

La música contemporánea es también una parte importante del ARD, y otro elemento que hace de este concurso algo especial. Los concursantes deben interpretar una obra de encargo en la semifinal, junto a algo del repertorio habitual, y hay un premio especial para la mejor interpretación de repertorio contemporáneo. Recuerda que la obra de encargo en 2011 –iv 6 b de Mark Andre– presentaba dificultades técnicas que traía a sus colegas de concurso de cabeza (microtonos y  una dinámica que nunca supera el pianissimo).

En la segunda vuelta Blanco también interpretó la vertiginosa Sequenza X de Luciano Berio para trompeta y piano amplificado: un decatlón musical de 22 minutos con inusuales técnicas de lengua y 17 do6 en la última página. (Solo otro concursante más lo eligió y fue una interpretación que impresionó a lo jueces de manera especial, me comenta). Blanco señala que forzar a los concursantes a involucrarse con este repertorio es altamente educativo y ha hecho que trabajar con la música actual sea mucho más fácil. A él, particularmente, le ha impulsado a trabajar muy de cerca con compositores e intérpretes de música contemporánea.

Ganar el concurso ayudó a Blanco no solo en el terreno personal: ve una significación más grande al ser un músico español el que ha ganado un premio tan prestigioso, ya que su sensación es que la música clásica española no tiene el prestigioso de otros países europeos como Francia o Alemania, y concursos como el ARD son un excelente camino para conseguir que músicos de muy distintos ámbitos estén en el mapa internacional. Y no cabe duda de que se ha convertido en una celebridad en su casa también: El País lo situó entre las 100 celebridades del 2011. Incluso su cerebro ha alcanzado cierto grado de fama, está siendo objeto de estudio por un neurocientífico cognitivo de la Universidad Rey Juan Carlos que trabaja sobre el concepto de genio (“alto rendimiento”).

Da gusto ver que Blanco tiene los pies en la tierra, aunque uno sienta una intensidad ardiente y una dedicación casi monástica detrás de sus maneras alegres y juguetonas. Le pregunto sobre lo de “genio”, y si es un término que podemos utilizar en la música actualmente, o si se ve a sí mismo en eso términos. Desde luego, ha recibido elogios de lo más altisonante: “Manuel es un misterio para mí, es un milagro, no le entiendo”, dice el trompetista Reinhold Friedrich, y el marketing de Fearless tampoco minimiza la idea de ardiente y carismático demiurgo.

“Soy normal”, me contesta resolutivo, y se describe a sí mismo como “disciplinado”. Genio está reservado para los grandes nombres: Mahler, Haydn, Mozart; Blanco cree que lo que hace es trabajar duro. “Mis mejores amigos no son músicos”, apunta, lo que seguramente le ayuda a mantener la perspectiva. Conservar su talento lo debe a las cosas sencillas: cuida su dieta, dice, le gusta correr, montar en bici y el tenis. No sorprende saber que la incontenible y ágil energía de Blanco tocando se extienda a otros aspectos de su vida también. Uno se plantea, tras conocer a Blanco, qué otros trompetistas se formarán en el calor y la presión de la edición de este año - aunque sin duda estarán listos para un futuro brillante también.

 

Este artículo ha sido patrocinado por el Concurso ARD.

Traducido del inglés por Katia de Miguel