Shostakovich saltando en la tumba de Stalin; esta es la imagen que se forma en mi cabeza cuando escucho la Décima sinfonía de Shostakovich. Es una obra fascinante y la celeridad con la que un auditorio a rebosar se puso en pie para aplaudir la interpretación de la National Symphony Orchestra y del director Jaime Martín sugiere que era la gran propuesta de la noche también. Sin embargo, todo el concierto fue impresionante y, además, un magnífico solista de chelo hizo que la primera parte fuera brillante.
Martín hizo fluir el Moldava de Smetana, reflejando el barrido y el arco de su famosa melodía. La vernal timidez de las flautas del principio dio paso a un sonido lleno en las cuerdas. Martín controló las dinámicas con maestría, incrementando la emoción antes de descender a un susurrado pianissimo. El violonchelista español Pablo Ferrández se unió a la NSO para las Variaciones sobre un tema rococó de Chaikovski. Fue una pura delicia de principio a fin. Lo que más me impresionó de la forma de tocar de Ferrández fue no solo su humilde virtuosismo, sino la naturaleza de su enorme expresividad. Encandiló con un delicioso sonido de su Stradivarius, rematado con un lujoso vibrato, y desplegó el tejido de la melodía con elegancia y aplomo. Su rápido diálogo con la orquesta en la Variación 2, con sus veloces escalas ascendentes, fue una pizca travieso, mientras que el sentido ánimo de la siguiente variación, con sus elevadas notas resultó mágico. La NSO respondió de igual modo mientras Martín equilibró las fuerzas de la orquesta para permitir que el solista cantara. Había tanto por lo que dejarse encantar en cada variación, que resultó triste cuando los vivos intercambios de la variación final pusieron fin a esta maravillosa interpretación.
La Sinfonía núm. 10 en mi menor fue escrita tras la muerte de Stalin y es una obra profundamente personal, una en la que el compositor pudo respirar un poco más libremente tras la dura censura y brutal régimen. No es difícil imaginar la furia atronadora del segundo movimiento como una especie de retrato musical del propio dictador, mientras que el carácter animado y bullicioso del movimiento final sugiere el ineludible alivio que muchos debieron sentir con su muerte.
Martín llevó a cabo una convincente interpretación de esta obra, y el estridente Scherzo y enérgico Finale fueron las partes más contundentes. Eligió un tempo muy vivo en el movimiento inicial, lo que ayudó a dar forma a esos largos arcos melódicos a medida que se avanza desde el misterio al clímax desagarrador, antes de volver al enigmático comienzo. El segundo movimiento rebosaba rabia contenida sin dejar de ser rítmicamente tenso y enérgico, la NSO respondió con vigor. El ataque de las cuerdas era mordiente y con un poderoso stacatto, mientras que los flautines brillaban por encima del estallido sonoro de la orquesta: aterrador y fascinante a partes iguales.

El tercer movimiento contiene el tema característico del compositor D-S-C-H sutilmente matizado. Aquí, el solo de trompa fue poético y sentido mientras que el corno inglés tejió su melodía entre las interjecciones del resto de instrumentos. Si tuviera que objetar algo, la primera mitad del final tendió a alargarse. Sin embargo, cuando sonó el primer tema, Martín lo hizo vibrar de energía con un descarado estallido en las maderas y animados ritmos en las cuerdas, llevando la sinfonía (y el concierto) a una estumulante conclusión.
Traducido del inglés por Katia de Miguel