Los domingos siempre apetece una sesión matutina de música. En todas sus temporadas, L’Auditori lo tiene en cuenta y sus sesiones matinales de fin de semana funcionan; en un formato más pequeño, no tan voluminoso de público, pero funcionan de manera honesta y cercana. Los programas que dedican al público la Banda Municipal de Barcelona, quienes llevan a cabo estos eventos, son de lo más inspiradores y reveladores. Desde joyas clásicas abandonadas hasta la inclusión de obras de repertorio contemporáneo. Lo que posibilitan estos músicos no es una de esas transposiciones místicas tan dadas a buscar entre las manos más virtuosas del panorama musical, los que están más allá según los sabidos, sino lo contrario: una experiencia mucho más terrenal, enérgica, reivindicativa y sobre todo, apegada al ánimo de los que están más acá.

Salvador Brotons fue el director invitado y la cara de esa experiencia. Cómo no, el cuerpo lo componen los músicos de la agrupación. El programa estaba dedicado a los maestros y obras que reivindican la identidad musical y el sello autóctono como fuente de inspiración y creación. Abriendo con En las estepas de Asia Central de Borodin, obra programática convertida en cuadro musical y dividida por pasajes poéticos y descriptivos, donde se haya el mensaje de la celebración de la expansión del imperio ruso. La orquestación estaba fundamentalmente compuesta por viento y percusión, por lo que el inicio representativo de violín lo dio la flauta travesera, así como se cambiaron los pizzicatos de cuerda por los de clarinetes y otros cambios (simbólicos, ya que no distorsionaron ni la funcionalidad ni el sentido de la obra). Brotons llevó a cabo la primera obra con un desarrollo reposado, marcando mucho los contrapuntos entre los dos temas principales. Formas contrapuntísticas a la vez que juego de contrastes. Destacaron la presencia del cuerno inglés así como la sección de clarinetes y su clarinetista solista, Natàlia Zanón, quien regaló grandes momentos durante toda la jornada.

Las Danzas de Galanta de Kodály siguieron con la muestra de capacidades por parte de la gran sección de viento. La dirección de Brotons fue más que dinámica, en una obra como esta que sus ritmos sincopados no dejan gran margen de reposo. Como gran referente de la pedagogía musical, esta pieza encaja perfectamente en los preceptos formulados para los futuros músicos. Partiendo de una base puramente influenciada por los ritmos cíngaros, los clarinetistas de nuevo tienen la mayor parte de protagonismo; las anotaciones romaníes de la partitura les ofrecen grandes momentos de exhibición, todo bajo la forma musical del folclore húngaro. El oboe y las flautas también marcaron el punto de inflexión de la pieza y sus dinámicas, haciendo de peaje entre los dos tiempos. Brotons compaginó las dos secciones de esta auténtica proclama de folclore presentando una introducción lírica marcada por las flautas de manera perspicaz, para luego dar paso al cambio de dinámica con el solo de clarinete y acabar con una gran manifestación agitada de la coda. Sin duda, la obra que más energía, derroche y capacidades de la banda mostró en toda la programación. Una emisión brutal.

Siguió una pieza de nuevo repertorio del compositor argentino Guillermo Zalcman, Tres imágenes danzantes sobre ritmos argentinos, presentada en tres movimientos: Tangueando es una oda a Buenos Aires, a sus míticos tangos, en los que la percusión y los trombones tuvieron su ejercicio más pletórico. Aire andino rescató la música popular (quizás casando bastante bien con Borodin y sus estepas) para recrear la impresión de los Andes más primigenios. Finalmente, la obra se cerró con Danza criolla, otra muestra más de ritmos intensos por las reminiscencias a la danza malambo, claramente festiva representada por la percusión y las flautas.

La gran Pascua rusa de Rimski-Kórsakov puso el punto final a los designios populares del concierto. Lo popular y el nacionalismo convergen (además de unos evidentes referentes musicales procedentes de la liturgia ortodoxa), dando grandes momentos solistas a todos los concertistas. La sección de metales fueron los más representativos en esta pieza, pero de nuevo, la amplitud de los clarinetes volvieron a destacar por encima de todos. Los cambios de compás llevados por la batuta de Brotons, así como el dinamismo, la solemnidad remarcada y la brillantez en allegro final, mostraron todo el color orquestal de la banda.

Decisivamente, el rendimiento, la técnica, el rigor y la energía desempeñada, deja clara la potencia de transmisión y el entusiasmo de los componentes de la Banda Municipal de Barcelona. Un entusiasmo remarcadamente pulmonar, en la que el cuerpo de cincuenta vientos demostró unas habilidades resolutivas en los ejercicios que se vieron recompensados por la loa final del público.

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