Un concierto sobre la sencillez, la exactitud y el virtuosismo. Ni pizca de afán, ni mucho menos de ego en un escenario compartido por el presente y el futuro. El concierto, dedicado a la figura de Felix Mendelssohn, fue muestra de un relevo generacional bien llevado. Cuántas han sido las ocasiones en que el escenario se ha convertido en campo de batalla para nóveles y cátedras, unos haciéndose hueco mientras los otros resisten ceder en territorio protagonista. Por suerte y no como excepción, muchos de los artistas, sean cantantes, intérpretes o directores, dan un baño de generosidad y respeto; no solamente a los espectadores, sino a sus congéneres, que es mucho más significativo. Ese fue el caso del joven nipón Fumiaki Miura, quien celebró uno de los repertorios más significativos del instrumento junto a la dirección de Pinchas Zukerman. La clave del concierto y el resumen capitular de su éxito ha sido ese juntos. Qué brillante y bonito es poder visualizar ese momento en el que, tanto pupilo como maestro, se regalan lo mejor de cada uno como muestra de gratitud y respeto. Afortunados seamos los oyentes que experimentamos este hecho.

Fumiaki Miura
© Yuji Hori

El programa se inició con Sueño de una noche de verano, donde el tejido orquestal evocaba, en riqueza tímbrica y expresión, la atmósfera encantadora de la historia. Más de una vez he mencionado la virtud de comunicación entre los músicos de la Orquestra Simfònica de Barcelona, pero justo es remarcar de nuevo su ejercicio en el diálogo y cómo se notó el disfrute de Zukerman, a quien se le vio cómodo y confiado a la hora de trasladar sus percepciones musicales a la masa orquestal.

El Concierto para violín y orquesta núm. 2 en mi menor, el último gran cómputo de la producción de Mendelssohn, marcó la expectativa de todo lo que vendría. La obra, aparte de ser en sí la esencialidad del violín concertante, es grande en cuanto a expresividad en la escritura. La orquesta acompañó las líneas líricas del protagonista con texturas densas, sin perder brillantez, sobre todo en los contrastes de la partitura. Pero realmente fue en el Concierto para dos violines en re menor de J. S. Bach donde la belleza del ejercicio y la conexión entre Miura y Zukerman se testimonió. Resaltaron la sutileza en las afinaciones, el diálogo permanente o el simple hecho de ver a dos figuras que entrañan la juventud versus la experiencia, momento álgido que cualquiera de los presentes esperaba. Un duelo que no fue duelo, sino más bien la representación de dos escuelas antagónicas en el empleo igualitario de lo que significa la música y su respeto. En cuanto a agilidad y potencia en la interpretación, ambos sostuvieron un ritmo intenso, interpretados por sus respectivos Stradivarius y Guarneri, y recreando un largo ma non tanto sencillamente perfecto. La orquestación, más reducida, acompañó a los solistas en sencillos acordes, enfatizando su protagonismo. La conexión se prolongó hasta el desenlace en la Sinfonía núm. 4 en la mayor, "Italiana", resaltando el carácter referencial a esta tierra equilibrando riqueza melódica y formal durante toda la pieza. Los grandes pasajes llevados por la batuta de Zukerman destacaron en color y timbre; se encontró un director especialmente cómodo en esta última pieza, no cargada de menos técnica y ambición en la ejecución. A su vez, Miura cerró los últimos solos concertistas destacando el movimiento final, con resonancias de las animadas tarantella y saltarello

Sumado a dos bises más, Miura y Zukerman se estrenaron en L’Auditori demostrando la generosidad como respeto y el respeto como elegancia. Bravo al maestro y al alumno.

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