Menudo inicio de año para el Gran Teatre del Liceu. La dirección artística del teatro catalán arranca con muchas antipatías ganadas entre sus abonados. Tosca siempre hace brillar los ojos a cualquier apasionado de la ópera; es la obra del punto de inflexión, la conjunción perfecta entre tradición y modernidad y está en la cima del repertorio de este género. Todos aman Tosca. Qué mejor manera de iniciar el año que con ella; un calidoscopio de sensaciones, exigencias, emociones y líneas musicales únicas. Menudo inicio de año, pensaron. Pero en esta ocasión, no había lugar para las sorpresas; uno intuía lo que se iba a encontrar. Ya desde hace meses sobrevolaba el misterio en torno a la producción de Rafael R. Villalobos para esta Tosca, adelantando que Pier Paolo Pasolini, su vida y su arte, formarían parte de la historia de la diva, el pintor y el jefe de policía de la Roma de Puccini. Específicamente, el propio teatro advirtió del contenido de la producción, referencial a Salò o le 120 giornate di Sodoma. La cascada de anulaciones rodeadas de controversias en los pasados meses, no hizo sino añadir más morbo al asunto. Todo quedó en una gran nube hasta llegar el estreno, donde llovió de todo.

Maria Agresta (Floria Tosca)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

El proyecto, pasado por Bruselas y Montpellier, es una alegoría de la fuerza del poder, teniendo el fascismo en el centro, y una muestra de su capacidad destructiva y silenciadora de la libertad, sea política, artística o sexual. La presencia del miedo como arma política acompaña a los personajes durante toda la obra. Emanuele Sinisi crea un espacio semejante a una jaula, en el que encierra ese sentimiento con otros tantos y los hace compartir tiempo y espacio triangular, puramente romano, en el que convergen las tres ubicaciones principales desde el Angelus hasta la víspera. Esta estructura móvil cobija unos y otros personajes, pudiendo ver a Pasolini niño, a Maria Callas o a Pino Pelosi. La puntada dramática final la dan los cuadros de Santiago Ydáñez, responsable del tenebrismo que acompaña el tormento de las situaciones así como a las escenas interpretadas de Salò. Una escena doble para una doble moral encubierta y que capa a capa, deja entrever el discurso crítico hacia una Italia que reflexiona sobre el tiempo y la memoria, siendo explícitos en los límites de hasta donde puede llegar la opresión.

Una ágil Maria Agresta afrontó el rol de Floria Tosca, destacando la fuga de energía interpretativa, vocal y mental que le prestó al personaje, pasando por los diferentes estadios del drama bajo unas notas, deba decirse, poco sutiles en matices y de generosa sonoridad, de la batuta de Henrik Nánási. Los personajes femeninos de Puccini, de muchos matices y detallismos, se deben cuidar para que brillen; Nánási mostró poco interés en ello, así como en acentuar los estados emocionales, aún con un foso dinámico. Michael Fabiano abordó un Cavaradossi también enérgico y de buena proyección, habiendo complicidad entre el dúo protagonista. Un Željko Lučić como Scarpia pasó sin pena ni gloria, para decepción de muchos, dejando atrás los recursos extremos y los efectos del personaje y su paleta psicológica musical. El tejido instrumental no fue ni el más radiante ni el más expresivo, pero logró complementar la compleja red de motivos melódicos al paso de la escena extrema.

Željko Lučić (Baron Scarpia) y Michael Fabiano (Mario Cavaradossi)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

La respuesta del público ante la dirección que tomaban los acontecimientos, ya para el segundo acto, fue lo más parecido a una hinchada desbocada en pleno final de champions. Los palcos de butacas se convirtieron en una olla a presión; no sólo los abucheos y los bufidos se hicieron oír por encima de las líneas de la partitura pucciniana, sino que se llegó hasta el punto de vociferar cosas que daba vergüenza escuchar. La elegancia se quedó en casa esa noche, y las respuestas aireadas fuera de tono estuvieron indudablemente de más. No hubo ni siquiera el respeto a que los artistas acabasen la función y, ahora sí, declarar sus opiniones ante la producción, el nivel de los cantantes o lo que fuese.

La Tosca de Villalobos ha acabado siendo más controvertida que transformadora; al final, parece reducirse todo al morbo y a la discrepancia por encima de la reflexión y, fundamentalmente, la obra. Indistintamente, la fórmula Pasolini-Villalobos presenta una propuesta seria hacia una defensa de la función social del arte, se esté de acuerdo o no. No ha sido la mejor dirección orquestal ni ha sido la mejor producción, pero si hay que mostrar el descontento (totalmente lícito, por otra parte), es mucho más hiriente el silencio que el abucheo. Si es preferible elegir, el silencio dice más que cualquier insulto. Por lo menos, es más elegante. Menudo inicio de año...

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