El concierto de la Euskadiko Orkestra en L’Auditori barcelonés se presentó como un programa tan atractivo como cargado de simbolismo en un interesante intercambio artístico con la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), que acogía una propuesta que los músicos vascos ya habían presentado en su propio territorio. Antonio Méndez, responsable de la batuta en esta ocasión, dirigió las tres obras del programa íntegramente de memoria, hecho que siempre merece destaque por lo que implica en términos de concentración, dominio del material y comunicación directa con la orquesta.

El concierto se abrió con la impulsiva Alborada del gracioso de Maurice Ravel, el gran compositor de Ziburu cuyo origen vasco subraya el espíritu de conexión territorial del programa —tan solo 33 kilómetros separan su localidad natal de Donostia, cruzando el Bidasoa—, en el año, además, del 150 aniversario de su nacimiento. La lectura fue ágil y marcada por una sonoridad poderosa y un acusado contraste dinámico. En los pasajes más refinados, especialmente en piano, mostraron una cuidada introspección tímbrica, aunque quedaron levemente sobrepasados por una acústica, la de L’Auditori, que sigue siendo perfectible pese a los ajustes que se le han ido practicando.
Colorido semejante aunque, lógicamente, con una personalidad muy distinta, se percibió en los hermosos Siete lieder sobre poemas de Heine (1927) de Pablo Sorozábal, aún anterior a su etapa zarzuelística de pleno éxito. Estas canciones, basadas en poemas del poeta alemán y traducidas al euskera por José Arregi, constituyen un sensual cruce de tradiciones: la alemana del lied y la vasca del ritmo y el color popular, perceptible en las evocaciones de zortziko y en la emulación del txistu a cargo del flautín. La soprano Sofía Esparza abordó este ciclo con gusto musical y evidente sensibilidad estilística. El tercio medio y grave de la voz, como ocurre en no pocas sopranos de su tipología, habría agradecido mayor cuerpo y soltura, revelando cierta falta de homogeneidad tímbrica. Pero fue obvio que su canto resultó limpio de portamenti excesivos y afectación, que supo bascular de lo afectuoso a lo lírico, alcanzando incluso un registro más dramático sostenido empleando un legato bien trabajado. La decisión de no ofrecer un bis fue tan sobria como acertada, respetando la unidad interna del ciclo y en atención a que en la segunda parte se programó la Sinfonía núm. 5 en do sostenido menor de Gustav Mahler.
Con una disposición orquestal antifonal de los violines, con contrabajos y violonchelos situados a la izquierda del director, Méndez buscó un mayor relieve de los graves y una percepción más clara del entramado contrapuntístico en una prestación de la orquesta que, en términos generales, fue muy sólida en todas las secciones. Brilló con justicia la sección de trompas, pero no fue menos destacable la seguridad técnica del timbalista ni la intensidad expresiva de las maderas, particularmente notorias en la reexposición del primer movimiento.
Méndez no escatimó en volúmenes ni los efectos cataclísmicos. Mostró atención al detalle, en aspectos como ciertas inflexiones dinámicas del fraseo, algunos acentos estratégicos o la aparición de voces en segundo plano. Sin embargo, en determinados momentos pareció faltar un sentido global de dirección del discurso más lograda, por cierto, en la segunda sesión, el sábado. Ello fue bastante perceptible en la construcción del rondó en los juegos de acumulación y sustracción de tensiones, en una cierta carencia de expansividad y jovialidad, así como en el fraseo del coral —también en su aparición del segundo movimiento— con más volumen que emoción y épica; y en una coda abordada con demasiada premura que le restó algo de trascendencia. Mejor resuelto fue el célebre Adagietto, que alcanzó un nivel de intensidad e intimidad más que destacable; así como el Scherzo, asimilable al espíritu Wunderhorn, belleza sonora y con un idiomatismo rico y sugestivo en los números 10, 11 o 22 en una lectura que, grosso modo, fue muy atenta al detalle, musculosa y que apuntó alto.

