La tecnología se ha convertido en una presencia invisible normalizada en móviles, supermercados o en nuestras aspiradoras. Nos acompaña, convive con nosotros y hemos aceptado su existencia silenciosa como parte de la vida. De momento, parece que todo bien; aunque su sigilo ha empezado a tornarse en un llamamiento de autoconfirmación, en forma de movimiento, mímesis e inteligencia, que reclama un sitio en el mundo al mismo nivel (quizá superior) a lo humano. La duda es si, como especie, estamos dispuestos a dejar que pasen de programar nuestras lavadoras a interpelarnos emocionalmente. ¿Podría un robot hacernos sentir lo mismo que Mijaíl Barýshnikov?

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Coppél-i.A. por Les Ballets de Monte-Carlo
© Paco Amate | Gran Teatre del Liceu

Jean-Cristophe Maillot propone una reflexión entorno a la inteligencia artificial y los cambios sociales que comporta en esta reimaginada Coppél-i.A., original de Arthur Sain-León y Léo Delibes. Les Ballets de Monte-Carlo bailan en un mundo uniforme, fuera de tiempo, en el que la tecnología tiene su propio movimiento y su lugar en el escenario. Coppélia deja de ser marioneta para pasar a ser una autómata con aspiraciones humanas. Maillot la dota de un carácter y perspectiva futurista, deviniendo desafío para los enamorados Frantz y Swanhilda, quienes ven y viven la problemática que conlleva el desarrollo de las IA llevadas al punto de transmutar en humano. El personaje de Coppélia pasa a ser protagonista en una producción marcada por lo onírico en formas circulares, colores claros y de luces con claroscuros; todo para predominar una atmósfera distante emocionalmente, llevada por el raciocinio, en la que la autómata de ojos esmalte es consciente de ser un androide y reclama la emancipación de su creador. Esta pieza romántica se ve nutrida narrativamente por cuestiones éticas en una sociedad amenazada por el avance del artificio y tiñendo de color plata los contornos más sombríos de la historia.

<i>Coppél-i.A.</i> por Les Ballets de Monte-Carlo &copy; Paco Amate | Gran Teatre del Liceu
Coppél-i.A. por Les Ballets de Monte-Carlo
© Paco Amate | Gran Teatre del Liceu

Este futurismo se presenta como luces entornadas, minimalismo geométrico en escena y diversas referencias cinematográficas, como puede ser la protagonista humanoide concebida a modo de la robótica Maria de Metrópolis. La frialdad del escenario se contrapone a la vivacidad de los personajes y un vestuario volátil, fluido y brillante. Idea concebida por Aimée Moreni, quien destila elegancia y equilibrio en el plano escénico cobijando a los personajes tanto en la tenuidad de la luz como en el amparo de la oscuridad. A la lectura contemporánea se le suma una sonoridad enriquecida por los arreglos de Bertrand Maillot sobre la partitura de Delibes. Combinando tradición con modernidad, se encuentran varios tratamientos distorsionados (respetando las líneas melódicas) y añadidos que aportan afecto a la narración.

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Coppél-i.A. por Les Ballets de Monte-Carlo
© Paco Amate | Gran Teatre del Liceu

Lou Beyne está debajo de la piel de una Coppélia sensible, frágil y precisa; combinando el academicismo de las puntas clásicas con la gesticulación mecánica del autómata, junto con unas dotes interpretativas desenvueltas. Matèj Urban le acompañó como Dr. Coppélius, de perfil más mandatario y expresivo en caracterización. La pareja de enamorados, Anna Blackwell como Swanhilda y Simone Tribuna como Frantz, fueron dinámicos y atractivos en el desarrollo del baile, también con notable exigencia en el estilo neoclásico de la compañía. Los conjuntos corales, donde iban desfilando el resto de personajes, aportaron la vertiente más cómica originaria del ballet durante los tres actos, pero menos caprichosos en ejecución comparado con los dúos principales, quienes amarraban toda la fuerza.

Les Ballets de Monte-Carlo volvieron a ser un aclamo en el teatro condal, especialmente con esta Coppél-i.A. que planteó los límites de un asunto tan complejo como actual y que tuvieron a bien de representarlo con ingenio y originalidad a base de sudor y dolor; ahí donde no han llegado todavía las máquinas. De momento, nos quedamos con eso.

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