De la mano de Charles Perrault nos llega el cuento Cendrillon; conocida es su historia de sacrificio y redención, hasta que un príncipe le saca de un palacio lleno de polvo. Cenicienta cuelga el delantal y comienza una vida radiante, no sin antes darnos una buena dosis de moralina. Gioachino Rossini reconvirtió su propia versión de la historia en un melodrama giocoso; intercambiando algunos elementos (no hay madrastra, sino padrastro; no hay hada, hay un preceptor principesco, y Cenicienta es Angelina), modeló una ópera que mezclaba elegancia musical, humor y entusiasmo. Todo bañado de melodías burlescas entre una tensión dramática subyacente. El Gran Teatre del Liceu y el Teatro dell’Opera di Roma firman una producción escenificada por Emma Dante y dirigida por Giacomo Sagripanti, que han prometido ser un tándem que festeja el celebérrimo cuento entre lo fantástico y lo mórbido.

Dante encierra el mundo de Angelina en un escenario inundado por una estética neorrococó; como si fuese una caja de música con bailarina incluida, al abrirse el telón, el color, el movimiento y el sonido atrapan la vista y el oído como lo haría el pequeño artefacto. La directora alega referencias a lo pop y al surrealismo, pero está más cerca de una estética coquette (aquella que Sofia Coppola mostró en su Marie Antoinette), principalmente por el vestuario, resultado de Vanessa Sannino. Entre la comicidad de los personajes y la teatralidad inherente de la partitura, el planteamiento escénico se desenvuelve en una línea socarrona con voluntad de denuncia social. Y es que el movimiento autómata de la multiplicidad de “Angelinas” que aparecen en escena –ramificaciones de yoes, que le acompañan y ayudan a ventilar las sábanas, entre bailes y mímica– muestra una voluntad de dividir los actos y los sentimientos.
En cuanto al plano musical, los contrastes se encontraron únicamente en las líneas de la partitura; La Cenerentola contó con un reparto equilibrado, un foso atinado y una dirección enérgica. El ejercicio musical representó con éxito el entramado de pasajes que iban del sentimentalismo, a lo buffo y a lo dramático, manteniéndose riguroso en los cambios y recreando especialmente los conjuntos largos con agilidad (sin restar mérito a la pirotecnia solista que representaban varios pasajes). Un elenco con potencia y precisión, además de unas trabajadas dotes teatrales, cumplieron con los roles rossinianos.
Con aplausos y vítores, La Cenerentola se suma a la lista de aciertos y triunfos en esta temporada liceísta; un cuento convincente, con moraleja denunciante y propuesta acertada. Aunque no con magia, se sigue dando cuerda al buen trabajo de espectáculos como este.