Desde su estreno en 1832 hasta nuestros días, L'elisir d'amore ha cautivado a generaciones, siendo una de las óperas más representadas del repertorio del compositor Gaetano Donizetti. El amor y el humor se mezclan con maestría en el libreto de Felice Romani, acompañados de una partitura llena de brillantez vocal alternada con pasajes delicados. El Liceu presentó la producción que Mario Gas estrenó en el año 1983 para el Festival Grec y que ha sido repuesta hasta en cuatro ocasiones en el templo de la ópera de Barcelona. La acción transcurre en la Italia de Mussolini, en la plaza de un pueblo. El espacio se encuentra rodeado por las fachadas de unos edificios que albergan las viviendas y los comercios de sus vecinos. La combinación de la ambientación junto a un vestuario bien cuidado y los movimientos de escena de los intérpretes hace que esta clásica producción siga funcionando bien.

La velada dio comienzo con una sorpresa, Javier Camarena, quien daría vida a Nemorino, no pudo salir al escenario debido a una indisposición. En su lugar, Filipe Manu interpretó al inocente protagonista. El tenor neozelandés ofreció una interpretación actoral excelente, sin embargo, su capacidad vocal se vio algo constreñida. La conocidísima "Una furtiva lagrima" fue interpretada correctamente, pero no brilló todo lo que podría haberlo hecho. La soprano Serena Sáenz, como Adina, defendió mejor su papel durante el segundo acto que durante el primero, donde su voz se vio opacada en numerosas ocasiones por falta de proyección y el volumen del foso. En la segunda parte, cuando se requería más lucimiento vocal, Sáenz desplegó sus capacidades como soprano lírica y ofreció unos agudos impecables. El mejor intérprete de la noche sin duda fue Huw Montague Rendall. El barítono, pese a dar vida al antagonista de la obra, Belcore, logró arrancar risas del público, todo ello acompañado de una brillante interpretación vocal, con un bonito timbre y una buena proyección. Ambrogio Maestri, con su Dulcamara defendió bien su personaje y remató su actuación con el bis de "Ei corregge ogni difetto" desde el patio de butacas del teatro. En sus fugaces apariciones, Anna Farrés desempeñó bien su rol como Giannetta. Por su parte, el coro ejecutó una buena figuración, sin embargo, hubo partes en las que sus voces no empastaron correctamente.
El director Diego Matheuz hizo que la Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu opacara varias veces al elenco de la ópera durante el primer acto. No controló bien bien las dinámicas y se excedió en decibelios, anteponiendo de esta forma la música del foso al canto. Pese a este desajuste, posteriormente logró trazar bien la partitura de Donizetti, consiguiendo un dialogo equilibrado entre los cantantes y la orquesta.
En definitiva, a pesar de los desajustes vocales y orquestales, elenco y director se fueron adaptando y consiguieron sostener la función; como resultado, fue un elixir agridulce, pero que terminó dejando un buen sabor de boca.

